¡Qué importante es cultivar la humildad!
Si el Señor no nos diera a conocer, por medio del Espíritu Santo, cuánto nos ama, el hombre sería incapaz de saberlo por sí mismo, porque la mente terrenal no puede entender qué clase de amor profesa el Señor hacia la humanidad.
El orgullo le impide al alma seguir el camino de la fe. Yo le aconsejo al incrédulo que diga lo siguiente: “Señor, si existes, ilumíname y te serviré con todo el corazón y toda el alma”. Y, por ese pensamiento humilde y esa disposición de servir a Dios, sin lugar a dudas el Señor lo iluminará. Pero no tiene que decir: “¡Si existes, castígame!”, porque, si viene el castigo, podría suceder que ya no tenga fuerzas para agradecerle a Dios y presentarle su arrepentimiento.
Cuando el Señor te ilumna, tu alma siente Su presencia, siente que Él la ha perdonado y la ama, y y tú mismo entiendes esto desde tu experiencia. Entonces, la Gracia Divina viena a dar testimonio en tu alma de tu salvación, de un modo tal que quisieras clamar al mundo entero: “¡Cuánto nos ama el Señor!”. Cuando no conocía al Señor, el Apóstol Pablo se dedicaba a perseguirlo, pero, cuando finalmente lo conoció, recorrió el mundo entero para dar testimonio de Él.
Si el Señor no nos diera a conocer, por medio del Espíritu Santo, cuánto nos ama, el hombre sería incapaz de saberlo por sí mismo, porque la mente terrenal no puede entender qué clase de amor profesa el Señor hacia la humanidad. Recordemos que para poder salvarnos tenemos que hacernos humildes, porque, aunque llevaran a la fuerza al Paraíso a un hombre orgulloso, ni siquiera allí encontraría descanso, se sentiría insatisfecho y diría: “¿Por qué no me pusieron en el primer lugar?”. Pero el alma humilde está llena de amor y no busca ni privilegios ni preeminencias, sino que anhela el bien para todos sus semejantes y se contenta con poco.
(Traducido de: Sfântul Cuvios Siluan Athonitul, Între iadul deznădejdii și iadul smereniei, Editura Deisis, Sibiu, 2001, p. 86)