¿A qué llamamos “vida espiritual”?
“Solo entonces te darás cuenta de que esa luz, que en tus días de desesperación te iluminaba para mostrarte tu oscuridad, era la misma que te llamaba a comenzar tu viaje: del pecado a la luz, de las tinieblas hacia Dios”.
Actualmente, a veces confundimos “vida espiritual” con un simple regreso a la moralidad, pero a una moralidad sin inspiración, insípida. ¡No! La moralidad es solo un primer paso de ese regreso, un primer paso, acaso aún muy primitivo, hacia la vida espiritual. Cuando uno lee el Nuevo Testamento, ve cuántas veces los apóstoles hablan de la nueva vida en Cristo. Es, en verdad, una vida en el Espíritu. La vida espiritual significa sobrepasar nuestra existencia primitiva, biológica, a la cual, que quede claro, no estoy criticando. La vida en el Espíritu es entrar en lo que podríamos llamar las “leyes” de la vida divina, una vida que no conoce corrupción, ni deterioro, ni sufrimiento. Porque el sufrimiento, en el fondo, es un camino hacia la muerte, es pérdida. En cambio, la vida en el Espíritu no conoce pérdida. Y poder entrar, incluso antes de nuestra muerte biológica, en esos elementos de la vida eterna, eso es precisamente la vida espiritual.
Pongamos un ejemplo con el amor. Muchas veces han venido a buscarme personas destrozadas por la vida, con situaciones que parecían no tener salida, con problemas imposibles de resolver. Y, en mi impotencia, siguiendo lo que nos enseñó nuestro padre espiritual (se refiere al padre Sofronio, nacido en Moscú en 1896, quien desde joven mostró vocación artística y estudió en la Escuela de Bellas Artes. En 1925 partió al Monte Athos y entró como monje en el Monasterio de San Panteleimón, donde conoció a San Siluano, de quien fue discípulo y heredero espiritual; más tarde, en 1959, fundó en Maldon, Essex, Inglaterra, la primera comunidad monástica ortodoxa británica: el Monasterio de San Juan Bautista, donde fue stárets hasta su muerte y donde en 1988 se consagró la primera iglesia dedicada a San Siluano), al verlas venir, yo las recibía, tal como los hermanos de mi comunidad reciben a los peregrinos. Y, prestando atención a sus problemas y demostranto siquiera un poquito de amor para escucharlas sin juzgar, ese poquito de amor muchas veces obraba una especie de resurrección en la vida de esas personas, tan grande, que a veces nos quedábamos no solo asombrados, sino realmente impactados… ¡Como fulminados! ¿Cómo es posible?
Entonces, lo que quiero decir es esto: el amor, incluso en sus manifestaciones más pequeñas, no es una cuestión psicológica, ni siquiera simplemente moral; es la ley de la vida. Y la ley de la vida conlleva la resurrección. La vida espiritual es eso de lo que en nuestra teología a veces se habla con un término herético: “mística”. Pero para nosotros, en la ortodoxia, ¡la mística no existe! Lo que se suele llamar mística, en realidad es vida espiritual, porque es del Espíritu. Y el Espíritu no puede expresarse en términos de lógica formal ni en categorías materiales. Se le llama “misterio”, porque obra prodigios, porque realiza cosas que nunca esperaríamos. Incluso algo tan sencillo como esto: compartes un poco de amor con tu prójimo y, de repente, te asombras de cómo toda su vida revive, y muchas veces hasta la vida de quienes lo rodean.
Así que, en pocas palabras, eso es la vida espiritual. A mí me alegraría mucho que la palabra “mística” casi no se escuchara más, porque proviene de una herejía que no supo, racionalmente, dónde colocar ciertos fenómenos que no podía negar. Entonces inventaron una especie de cajón al que llamaron “mística”, y todo lo que no entendían lo metían ahí y decían: “esto es místico, esto no es místico”. ¡No! Nosotros no necesitamos ese término. Pero, en fin, como ya existe, también se usa. Para nosotros es vida espiritual, es decir, una vida en la que comenzamos ahora mismo a trabajar nuestra conversión, a ver con más claridad cada día, a comprender mejor la Palabra de la Escritura, hoy más que ayer y mañana más que hoy. Una vida en la que hacemos algo que, al hacerlo justamente, nos abre los ojos; una vida en la que incluso la experiencia física puede abrirnos horizontes que nunca habíamos imaginado.
¿Y qué es la contrición? Una vez más, algo que hoy no se entiende bien, La contrición no es solo un sentimiento de tristeza ni lamentarnos por las cosas malas que hemos hecho. El arrepentimiento es, como dije antes, una dinámica hacia la vida eterna. Nuestro padre espiritual, el padre Sofronio—y si observamos detenidamente, en armonía con toda la Filocalia— dice que es el comienzo de la verdadera contemplación. ¿Qué ocurre en la contrición? Miremos cuánta gente a nuestro alrededor (y nosotros mismos hasta hace poco), vivimos siendo inconscientes de nuestros pecados: vivimos en el pecado y ni siquiera sabemos que es pecado. ¿Cuántas veces no hemos escuchado: “¡Padre, yo no sabía que esto era pecado!”? O yo mismo, en otros tiempos, no sabía que algo era pecado hasta que lo descubrí en una oración o en esas preguntas del Eucologio. Entonces, lo primero es la toma de conciencia del pecado. Pero esa toma de conciencia no es solo un hecho intelectual. ¿Cuántas veces has tratado de convencer a alguien de que algo no era bueno, que era pecado, y no te creyó? ¿Y qué pasa cuando finalmente empieza a creerte? ¿Qué pasa cuando yo mismo me doy cuenta de que algo que hice era pecado? Comienzo a ver la oscuridad en la que estoy. ¿Y qué me muestra esa oscuridad? Que en alguna parte de mi vida hay una luz presente. Así que la conciencia del pecado, dicho en pocas palabras —y lo digo tanto por los autores filocálicos como por mi propio padre espiritual— es la luz no-creada, es Dios mismo iluminando mi conciencia. Ciertamente, ahora corro el riesgo de caer en la desesperación, porque veo mi maldad. Pero este no es el momento de desesperar: no es que yo sea peor que ayer; soy el mismo pecador que ayer, solo que ahora empiezo a ser consciente de ello. Al ser capaz de ver ahora el mal y la oscuridad de mi pecado, podría desesperarme, pero en realidad soy más valioso ante los ojos de Dios que cuando era el mismo pecador y ni me daba cuenta. ¿Por qué? Porque ahora Dios encuentra en mí a alguien con quien puede comenzar a dialogar. El padre Sofronio decía que la vida en la contrición no es otra cosa que el regreso del hombre, desde la oscuridad que hoy la luz de Dios me revela, hacia esa misma luz. La contemplación de la luz no-creada, de Dios mismo, no es un fenómeno extraordinario como solemos imaginarlo. Es algo que pertenece al camino natural del ser humano, a su crecimiento y desarrollo como persona, cuando el hombre se convierte en una mente capaz de ver a Dios. Porque, al escuchar esa voz secreta de Dios que me revela mi oscuridad, empiezo a ver algo en mi vida —¡concédenoslo, Señor, y recibe esta oración!— y comienzo a vislumbrar la misma luz. El padre Sofronio decía: “Solo entonces te darás cuenta de que esa luz, que en tus días de desesperación te iluminaba para mostrarte tu oscuridad, era la misma que te llamaba a comenzar tu viaje: del pecado a la luz, de las tinieblas hacia Dios”.
A esto le llamo “vida espiritual