¡Que no se nos olvide todo lo que puede la oración!
Por medio de la oración podemos sanar las heridas de nuestro hermano y cualquier otra tribulación. Cuando el hombre entiende que no es nada, no se enfada, no murmura, rechaza las discusiones y ora por todos.
Cuando no mantenemos nuestra mente dirigida a Dios, sino hacia un sinfín de “porqués”, terminamos culpando a unos y otros. Pero, de hecho nosotros somos los culpables, nadie más. No tenemos un buen estado espiritual. Esta es la razón. El que busca la oración como si fuera oro y aprovecha cada minuto, todo lo supera, todo lo acepta y todo lo soporta. Entonces, Dios y la Madre del Señor vienen y lo amparan. Así es como aprende a estar atento a no murmurar, a obedecer, a no hacer nada sin la respectiva bendición. Al que está atento a su propio interior, todo lo que le rodea le parece bueno. Cuando el hombre tiene a Dios en su alma, no juzga a nadie; y, cuando ve que alguien sufre, también él lo hace, y llora con el otro, implorándole a Dios Su misericordia.
Por medio de la oración podemos sanar las heridas de nuestro hermano y cualquier otra tribulación. Cuando el hombre entiende que no es nada, no se enfada, no murmura, rechaza las discusiones y ora por todos.
(Traducido de: Stareţa Macrina Vassopoulos, Cuvinte din inimă, Editura Evanghelismos, pp. 88-89)