Palabras de espiritualidad

¿Qué nos impide darnos cuenta de nuestros pecados?

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

¿Cuántos de nosotros, para ser sinceros, nos consideramos pecadores e indignos frente a Dios? Creo que muy pocos. Cuando la conciencia se despierte, entonces se despertará también el alma y todos los pecados nos aparecerán bajo otra luz. Ensimismándose en sus almas, recuérdense de lo que han hecho en el pasado y pidan perdón del Señor.

Recuerdo que en mi adolescencia, una conocida de mi mamá —persona educada, muy religiosa— le decía: “Ya comenzó el período de ayuno... debo prepararme para confesarme, para comulgar... pero por más que pienso, no me encuentro ningún pecado...”. Ya entonces, siendo pequeño, quedé perplejo ante esas palabras, muy extrañas para mí. Actualmente le respondería: “Usted no puede ver sus pecados porque están relacionados al orgullo farisaico”. ¿Cuántos de nosotros, para ser sinceros, nos consideramos pecadores e indignos frente a Dios? Creo que muy pocos.

Y, entonces, ¿qué podemos hacer para evidenciar ese pecado, de manera que sobrevenga el arrepentimiento y nuestra consciencia se despierte? Cuando la consciencia se despierte, entonces lo hará también el alma y todos nuestros pecados nos aparecerán bajo otra luz. Entonces, la dureza del pecado del orgullo se nos mostrará en toda su fealdad, como cuando en un pedazo de papel hay un dibujo cuyos trazos no podemos distinguir, pero al encender una luz aparece frente a nosotros una imagen completa. Así pasa con la conciencia: es la luz que hace evidentes todos nuestros pecados... Y talvez cuando el hombre hable con su consciencia, podrá ver en su alma la multitud de pecados que hay allí, diciendo, “Soy un pecador”.

Sin embargo, ¿cómo podemos encender el fuego que despierta la conciencia? Hay muchas maneras: a veces, después de escuchar algunas palabras que llegan profundo en el alma; otras veces, por medio de alguien cercano; también, leyendo las Sagradas Escrituras, profundizando en ellas; también, como consecuencia de alguna enfermedad, aflicción, carencia, problemas ocasionados por el orgullo, la “destrucción” de la vida... Con todo, yo creo que uno de los medios más importantes es acercarnos a la Comunión, pidiendo perdón y salvación, deseando la vida eterna, de tal forma que consigamos apreciar de otra manera nuestros pecados. Entonces, dejaremos de decir, “Este pecado es pequeño... insignificante”, para exclamar, “¡Señor, perdóname, me he dado cuenta que soy un gran pecador!”.

Perdónenme, queridos hijos espirituales: ensimismándose en sus almas, recuérdense de lo que han hecho en el pasado y pidan perdón del Señor

(Traducido de: Cum să biruim mândria, traducere din limba rusă de Adrian Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, București, 2010, pp. 117-119)

 

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