Palabras de espiritualidad

¿Qué sentimos al honrar a la Madre del Señor?

  • Foto: Flavius Popa

    Foto: Flavius Popa

¿Siento que la Madre del Señor es mi esperanza? ¿Siento que ella es mi protectora? ¿Siento que ella es mi salvación? ¿Siento que ella es mi alegría? 

Decía alguien que el padre Stăniloae le preguntó a un candidato al doctorado: “¿Qué sientes tú cuando veneras a la Madre del Señor?”. No le preguntó cuáles son los fundamentos de la veneración a la Virgen María, sino que le preguntó, personalmente, como miembro de la Iglesia del Señor y como cristiano que venera a la Madre del Señor, ¿qué sentía al honrarla?

Recordemos, en primer lugar, que, entre las oraciones de agradecimiento antes de tomar la Santa Comunión, tenemos también una en la cual nos dirigimos a la Madre del Señor, diciéndole: “Santísima Señora mía, Madre de Dios, tú que eres la luz de mi oscurecida alma, mi esperanza, mi protección, mi defensora, mi consuelo y mi alegría…”. La Madre del Señor, siendo “la luz de mi oscurecida alma”, pero también la Madre de la Luz (“A la Madre de dios y Madre de la Luz, exaltándola con nuestros cánticos, glorifiquémosla” – Divina Liturgia), no es posible que ella no sea también luz. En la medida en que tengo esa luz, puedo entender algo de la grandeza de la Madre del Señor.

¿Qué pasó con aquel estudiante? Si hubiera pensado en esas palabras de la oración de agradecimiento a la Madre del Señor, tendría que haberse preguntado: “¿Acaso siento, cuando venero a la Madre del Señor, que es mi Soberana? ¿Siento que ella es la luz de mi oscurecida alma, que tengo luz por medio suyo? ¿Siento que la Madre del Señor es mi esperanza? ¿Siento que ella es mi protectora? ¿Siento que ella es mi salvación? ¿Siento que ella es mi alegría?”. Y tendríamos que poder responder que esto es lo que sentimos cuando la honramos: que es nuestra protectora y nuestro amparo, que nos cuida siempre y que intercede por nosotros.

(Traducido de: Arhimandritul Teofil Părăian, Maica Domnului – Raiul de taină al Ortodoxiei, Editura Eikon, 2003, pp. 54-55)