La mente purificada se extiende como un cielo sobre el alma. Y en este cielo brilla la luz del Sol divino. Entonces la mente del alma no permanece ya cerrada, porque deja de estar llena de cosas finitas; se abre a Dios, Quien es infinito y refulgente. Pero se abre sólo cuando ha sido purificada. Así es como nuestra mente logra ver con mayor nitidez la profundidad, altura e infinita latitud de Dios, para luego dárselas a conocer, con palabras, a los que también tienen el espíritu y están dispuestos a recibirlas.

El que consigue hacer de su cuerpo siervo de la mente, lleva a la unidad, por medio de una mente que obra en el cuerpo, a todo el mundo.

(Traducido de: Alexandru Prelipcean, Spiritualitate creștină și rigoare științifică: notele de subsol ale filocaliei românești, volumul 2, Editura Doxologia, 2013, pp. 50-51)