Palabras de espiritualidad

¿Qué significa “una parroquia mejor”?

  • Foto: Catalin Acasandrei

    Foto: Catalin Acasandrei

Translation and adaptation:

No hace mucho asistí a un diálogo con algunos sacerdotes. Se habló de personas y parroquias, y de cómo muchos de nuestros coterráneos abandonan su lugar de origen y su país, para vivir “un poco mejor” en donde sea. Un joven sacerdote, proveniente de una parroquia situada en un lugar muy remoto y con pocas familias de feligreses, dijo que le gustaría trasladarse “a una parroquia mejor”, más cerca de la ciudad.

Tengo hijos pequeños y, para llegar a su lugar de trabajo, mi esposa tiene que hacer un largo y tedioso recorrido en autobús... Es duro. La aldea es pequeña y sólo van quedando los más ancianos y los enfermos... No hay ni siquiera una guardería, mucho menos una escuela. No sé lo que haremos dentro de unos pocos años, cuando nuestros hijos crezcan.

Un profundo silencio se adueñó de la sala. No es fácil ser sacerdote, en verdad. Cada parroquia debe enfrentar un sinnúmero de dificultades. Personas enfermas, solas, llenas de tristeza... ¿A dónde más pueden dirigirse, a quién más pueden pedirle un consejo? Miran al cielo y al sacerdote. Necesitan que alguien les llene de coraje, que alguien ore por ellas, que alguien les ofrezca un poco de ayuda. Y el sacerdote, a menudo agobiado por sus propias penurias y preocupaciones, busca cómo traer esperanza a las almas de todos...

Un sacerdote algo entrado en años levantó la mano y pidió la palabra:

Así es padre, no es fácil la cosa con nuestras parroquias, especialmente si tratas de cumplir correctamente con la misión que Dios te otorgó. Hace algunos años, también yo quise trasladarme a “una parroquia mejor”, una parroquia más grande y más cerca de la ciudad. Me convencí a mi mismo de que, en 30 años (en aquel lugar), había tratado de ser lo más fiel posible a Dios y a los demás. Ciertamente, no es un poblado muy grande. ¡A mis 60 años de edad, seguramente merecía algo mejor! Mis hijos ya son grandes y desde hace mucho viven la ciudad. Tienen sus propias familias y sus puestos de trabajo. Si me mudaba, estaría más cerca de ellos, y más cerca del hospital y el supermercado... Así, completé los requisitos necesarios para ser trasladado y llevé mi expediente al decanato.

Esperé emocionado a que me notificaran a respuesta, cuando... un día me sentí muy mal y tuvieron que internarme. Allí, luego de algunos días de reposo y distintos exámenes, los médicos me dijeron que tenía algo extraño y que lo mejor era hacerme una biopsia. Y la biopsia reveló la noticia que tanto me temía. Tenía un cáncer muy avanzado. ¡Cuántas veces había hablado con enfermos de cáncer, cuántas veces había orado por ellos, pero sin entender del todo lo que enfrenta quien sufre de este mal! Miedo, turbación, impotencia... Todo eso te inunda. Estuve en el hospital algunas semanas más, me sometí a la terapia que establecieron los doctores y después volví a casa, siguiendo el tratamiento específico. Luego de dos meses regresé a control. La enfermedad se había agravado. Otra vez terapia, otra vez conectado al suero, tratamiento tras tratamiento, debilidad general... Un médico llamó aparte a mi esposa y le dijo: “Señora, lo mejor es que su esposo regrese a casa y que ustedes se vayan preparando para lo peor... Ya no hay nada que podamos hacer por él. Puede que viva aún tres días, o diez, pero difícilmente podrá resistir más de dos semanas. He tratado a pacientes en la misma fase de cáncer. En verdad, lo siento mucho...”.

Mi esposa se echó a llorar amargamente, mis hijos también, mis parientes... En casa, débil y apesadumbrado, sin siquiera poder levantarme del lecho, empecé a pensar en todo y a repasar toda mi vida, que parecía haber pasado muy rápidamente. Unos días después, cuando pude levantarme un poco, salí despacio al jardín. En eso, una vecina me vio desde la calle y corrió a la verja para saludarme:

¿Cómo está, padre? ¿Cómo se siente?

Tal como me ve. Apenas puedo respirar... ¡Gloria a Dios por todo! Así es la vida.

La mujer se me quedó viendo con la esperanza que alguna vez había irradiado yo, cuando animaba a los fieles debilitados por la enfermedad o desesperanzados por la vida misma.

Padre, hay algo que Usted no sabe, pero yo se lo voy a decir. Toda la gente está orando por Usted. Cada noche se reúnen unos quince en la casa de alguno de los fieles, para leer el Salterio. Además, en la casa de la tía María todas las mujeres se juntan para rezar la Paráclesis a la Madre del Señor... Y, en la iglesia, el que canta y el viejo Pedro leen las vísperas y oran con los que se reúnen allí... ¡Y creo que media aldea está ayunando para que Usted se recupere! ¡Y se va a recuperar, ya lo verá!

¡Y así fue, padres, me recuperé! Por eso, ya no quiero trasladarme a ninguna parte Han pasado dos años desde entonces y ni siquiera me pasa por la mente cambiarme de parroquia. Me quedo, porque tengo que devolverles el amor ofrecido, tengo que pagarles la deuda que tengo con ellos. Y me quedaré hasta el final. Ellos me dieron vida, por eso es mi deber hacer todo lo que pueda por mis feligreses.

Ahora, les pregunto yo también: ¿Qué significa “una parroquia mejor”?