Palabras de espiritualidad

¡Qué terrible es la vanidad!

  • Foto: Bogdan Zamfirescu

    Foto: Bogdan Zamfirescu

Translation and adaptation:

¡Qué débil es el hombre! Todo el tiempo deja que se le inmiscuya la vanidad, en cualquiera de sus formas, misma que, llegándole hasta el “ego”, termina apartándolo de la Gracia de Dios.

A los enfermos de vanidad, el Señor los reprende de la siguiente forma: «Tú dices: “Soy rico; me he enriquecido; nada me falta”. Y no te das cuenta de que eres un desgraciado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo» (Apocalipsis 3, 17). El Señor aconseja que se arrepienta el que así se engaña. Le exhorta, además, a que compre, de nadie más sino del Mismo Señor, lo que en verdad necesita, de lo cual se conforma la contrición (Apocalipsis 3, 18). Estas “compras” son verdaderamente necesarias: sin ellas no existe la salvación. No existe salvación sin arrepentimiento, y este lo reciben de Dios sólo aquellos que, para poder obtenerlo, venden todo lo que tienen, es decir que renuncian a todo lo que han acumulado gracias a su vanidad.

Es fácil encontrarse con esos que viven engañados por su vanidad: aquellos que no tienen un espíritu humilde, aquellos que se reconocen a sí mismos algún mérito y dignidad, aquellos que no respetan íntegramente la enseñanza de la Iglesia Ortodoxa, sino que interpretan a su manera los dogmas y doctrinas, o siguiendo los dictados de otras creencias, son ejemplos de quienes se hallan en este engaño. La magnitud del engaño en que vive la persona se puede determinar según la medida de su desviación y su persistencia en ella. ¡Qué débil es el hombre! Todo el tiempo deja que se le inmiscuya la vanidad, en cualquiera de sus formas, misma que, llegándole hasta el “ego”, termina apartándolo de la Gracia de Dios.

(Traducido de: Sfântul Ignatie Briancianinov, Despre înșelare, Mănăstirea Piatra-Scrisă, p. 85)

 

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