¡Que todos nuestros semejantes sientan que los amamos!
¿Acaso no necesitan nuestra compasión y nuestra bondad todas esas personas que sufren? Estamos hablando de cada persona que el Señor nos pone en el camino, de todos esos que tendrían que sentir nuestro afecto.
“Sé bueno y generoso con todos, porque todos necesitamos algo, todos estamos enfermos”. Esa era la exhortación que solía hacer el padre Sergio (Shevich). Decía que no hay nadie sano en el alma. Aunque nos parezca que a los demás todo les sale bien, tenemos que detenernos a pensar en lo que debía llegar a ser el hombre, y lo que es en realidad. Si pensamos en esto, no podremos sino compadecernos de todos, y también de nosotros mismos. Además, es necesario recordar las aflicciones inherentes a esta vida; basta con abrir un diario, para comprobar que diariamente la humanidad se debate entre el sufrimiento y el dolor.
¿Acaso no necesitan nuestra compasión y nuestra bondad todas esas personas que sufren? Estamos hablando de cada persona que el Señor nos pone en el camino, de todos esos que tendrían que sentir nuestro afecto, que deseamos su bien y que queremos ayudarlos. Que los amamos, en pocas palabras.
¿Y como no amar a todos, sabiendo lo que valen ante los ojos de Dios? ¿Cómo no amarlos, cuando cada uno, como dice Dostoyevski, aunque parezca insignificante y carente de importancia, tiene un propósito inmenso y sobrecogedor, digno de ser tomado en cuenta y compadecido? Porque fue por todos y cada uno de nosotros que Cristo se encarnó. El padre Sergio insistía en que nunca apreciamos a los demás como deberíamos, y por eso tenemos que salir al encuentro de los que parecen más pequeños y modestos, honrándolos como en realidad se merecen (I Corintios 12, 23).
(Traducido de: Jean-Claude Larchet, Ține candela inimii aprinsă. Învățătura părintelui Serghie, Editura Sophia, București, 2007, p. 97)