¡Que todos tengamos el gozo de Cristo!
Suya es la alegría que permanece eternamente, que encierra en sí la felicidad eterna. Es la alegría de nuestro Señor, que trae una paz inmutable, una alegría serena y una feliz serenidad.
Cristo es la alegría, la luz verdadera, la felicidad. Cristo es nuestra esperanza. La unión con Cristo es amor, es una llama, es un ferviente deseo de lo divino. Cristo lo es todo, Él es nuestro amor, Él es nuestro anhelo más grande. El amor de Cristo es un amor que no se acaba. De ahí brota la alegría.
La alegría es Cristo Mismo. Es un regocijo que te convierte en otra persona. Es una “locura” espiritual, pero en Cristo. Este vino espiritual embriaga como el vino puro. Tal como dice David: “Tú preparas ante mí una mesa frente a mis enemigos; unges con óleo mi cabeza, mi copa rebosa” (Salmos 22, 5). El vino espiritual es puro, verdadero, muy fuerte, y cuando lo bebes, te extasía. Esta embriaguez divina es un don de Dios que se concede a los de corazón puro.
Ayunemos tanto como podamos, hagamos tantas postraciones como nos sea posible, deleitémonos con tantas vigilias como podamos hacerlas, con tal de estar alegres. ¡Que todos tengamos la alegría de Cristo! Suya es la alegría que permanece eternamente, que encierra en sí la felicidad eterna. Es la alegría de nuestro Señor, que trae una paz inmutable, una alegría serena y una feliz serenidad. Es la alegría colmada de toda Gracia Divina, que sobrepasa cualquier otra alegría. Cristo desea y se complace en irradiar esa alegría, rebosando con ella a Sus discípulos. Oro por que nuestra alegría sea plena (1 Juan 1, 4).
(Traducido de: Ne vorbeşte părintele Porfirie – Viaţa şi cuvintele, Traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Egumeniţa, 2003, pp. 165-166)