¿Quién conoce mejor el secreto de nuestro corazón?
Cuanto más avanza la persona en su vida espiritual, examinándose con minuciosidad, más se le abren los ojos del alma, conociendo sus propios errores y percatándose de las innumerables bondades de Dios. Así, la persona se hace humilde, atrayendo la gracia de Dios.
El ascetismo practicado con discernimiento, humildad y amor, santifica rápidamente al hombre, aún cuando éste no se someta a esfuerzos severos.
Cuanto más avanza la persona en su vida espiritual, examinándose con minuciosidad, más se le abren los ojos del alma, conociendo sus propios errores y percatándose de las innumerables bondades de Dios. Así, la persona se hace humilde, atrayendo la gracia de Dios y la luz divina, con cuya luz adquiere aún más discernimiento.
Al que es sensible y generoso, Dios no lo ayuda a que vea desde el comienzo su estado de pecador, tampoco Sus bondades, para que no caiga en desesperanza; al contrario, le revela sus avances y lo fortalece espiritualmente. De igual manera, al que es orgulloso, Dios no lo ayuda a borrar sus vicios, para que no se haga aún más orgulloso. Cuando éste sienta rechazo por sí mismo, viendo sus numerosas inquidades, reconociendo su debilidad y, en consecuencia, humillándose, la gracia de Dios se le acercará y le ayudará a escalar más rápidamente los grados de la vida espiritual.
Por eso, no debemos sopesar la santidad de nuestros semejantes con nuestra balanza humana, porque sólo Dios conoce lo que hay dentro de cada uno, porque sólo Él puede ver lo que hay en nuestro corazón.
(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Epistole, Editura Evanghelismos, pp. 144-145)