¿Quién debe arrepentirse?
¿Qué se puede decir de nosotros, cristianos normales, que no nos atrevemos a calificarnos como “grandísimos” pecadores, que no hemos vivido en concubinato, que no nos hemos ensuciado en el desenfreno, en la ebriedad, en desmanes, en robos? ¿Acaso debemos arrepentirnos? Talvez creemos que somos dignos de repetir eso que muchos de entre nosotros suelen pregonar: “¿Pero cuáles pecados graves he cometido yo? Los míos son pecados comunes, meramente humanos...”
Leyendo las Vidas de los Santos, podemos encontrar muchos ejemplos del arrepentimiento extraordinariamente profundo. Semejante nivel de contrición es obligatoria para todos los cristianos que vuelven a Dios. ¿Qué se puede decir de nosotros, cristianos normales, que no nos atrevemos a calificarnos como “grandísimos” pecadores, que no hemos vivido en concubinato, que no nos hemos ensuciado en el desenfreno, en la ebriedad, en desmanes, en robos? ¿Acaso debemos arrepentirnos? Talvez creemos que somos dignos de repetir eso que muchos de entre nosotros suelen pregonar: “¿Pero cuáles pecados graves he cometido yo? Los míos son pecados comunes, meramente humanos...”
¿Es que para empezar a arrepentirnos debemos haber cometido pecados horribles? ¿Es que esos pecados “humanos” no significan nada? ¿Acaso Cristo no nos pidió que fuéramos perfectos, porque nuestro Padre que está en los Cielos es perfecto (Mateo 5, 48)? ¿Acaso Él no nos advirtió de duros castigos hasta por una simple palabra mal empleada (Mateo 12, 36)? Todo esto, mientras hay muchos que viven en el desenfreno y dicen con tranquilidad: “¿Y cuál es el problema... acaso el mío es un pecado grave? ¡Pero si es una simple debilidad humana!”, confiando en el amor de Dios por la humanidad, esperanzados en que Él les perdonará todos sus pecados. Pero, ¿es correcta tal forma de esperanza? Desde luego que no. Porque el Señor no sólo nos ama, sino que también es un Juez Justo. Él nos perdona todos los pecados que hemos conscientizado profundamente. Así, cuando hay un arrepentimiento de todo corazón, Dios perdona nuestros pecados con una facilidad impresionante.
(Traducido de: Sfântul Luca al Crimeei, La porțile Postului Mare. Predici la Triod, Editura Biserica Ortodoxă, Bucureşti, 2004, p. 78)