¿Quién es capaz de aprobar el examen de conciencia?
Seamos hombres verdaderos: mantengamos la generosidad en nosotros. La humildad puede asemejarse a la generosidad. Tristemente, en el mundo actual hay cada vez menos humanidad. Todos son rapaces, cada uno busca sólo lo suyo, muchos acumulan millones, mientras hay quienes no tienen nada que comer. Así pues, que este joven medite en lo que acabo de decir. Vivir inútilmente, entre vicios, en desenfreno, en fiestas absurdas, es derrochar el tiempo y significa perder la eternidad, esa felicidad eterna para la que fuimos creados.
Si puede definir qué es la humildad, para un joven... Y cuáles son las formas de alcanzarla...
La definición de la humildad es igual para un joven, que para cualquier otro cristiano. De todo lo que les he hablado se podría extraer fácilmente la definición de la humildad. Un joven que puede humillarse, debería hacer con frecuencia un examen de conciencia, como hacían los cristianos de antaño. Cada noche, el cristiano meditaba sobre todo lo que había hecho en el día, lo malo y lo bueno, constatando, normalmente, que el balance era negativo. Así, practicando este análisis diario, la persona comenzaba a conocerse a sí misma, concientizando el dominio que el mal tenía sobre ella, y lo lejos que se hallaba del bien y la virtud. Entonces, si se trataba de una persona seria, comenzaba a esforzarse, cada día, en andar el sincero camino del bien. Porque el bien, queridos míos, el bien es necesario en esta vida y útil tanto para la sociedad en que vivimos, como para la vida que nos espera.
El Santo Apóstol Pablo dice que en el Reino de Dios no puede entrar nadie impuro. Debemos, pues, purificarnos, arrojando todo el fango que se ha acumulado en nosotros, todo ese lastre de pecados, limpiándonos diariamente para llegar a ser “hombres”, en primer lugar. Con mayúscula inicial, “Hombres”. Esto es lo que nos pide la Santa Escritura, Dios: que seamos hombres verdaderos, que mantengamos la generosidad en nosotros. La humildad puede asemejarse a la generosidad. Tristemente, en el mundo actual hay cada vez menos humanidad. Todos son rapaces, cada uno busca sólo lo suyo, muchos acumulan millones, mientras hay quienes no tienen nada que comer. Así pues, que este joven medite en lo que acabo de decir. Vivir inútilmente, entre vicios, en desenfreno, en fiestas absurdas, es derrochar el tiempo y significa perder la eternidad, esa felicidad eterna para la que fuimos creados.
El Señor no nos hizo para el infierno, sino para el Paraíso, un lugar al que nadie puede entrar en estado de impureza. Lo que nos queda, entonces, es vivir cada día preparándonos para el amanecer de la vida eterna, que es una llena de luz, de alegría, de santidad y de la paz de Dios.
(Traducido de: Arhimandrit Sofian Boghiu, Smerenia și dragostea ‒ însușirile trăirii ortodoxe, Editura Tradiția Românească, București, 2002)