¿Quién necesita nuestras alabanzas a Dios? ¿Él, o nosotros?
Dios no necesita lo que nosotros le ofrecemos: nosotros necesitamos lo que le ofrecemos a Él.
Padre, un incrédulo me preguntó sobre qué necesidad tiene Dios de las alabanzas que elevamos durante la Divina Liturgia y en nuestras oraciones personales, si Él es bueno y misericordioso. ¿Por qué Él espera que nosotros hagamos todo esto, con la mayor perseverancia y constancia posibles?
—Dios no necesita lo que nosotros le ofrecemos: nosotros necesitamos lo que le ofrecemos a Él. Es un deseo que tenemos de servirle a Él, un anhelo de someternos a Él, de entregarle nuestra alma. Cuando el sacerdote dice: “¡Demos gracias al Señor!”, nosotros respondemos: “Justo es y debido adorar al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, Trinidad consustancial e indivisible.”. Luego, sentimos una necesidad de servir a Dios; y no es que Él nos lo pida, sino que nosotros sentimos la necesidad de alabarlo: “Te alabamos, te bendecimos, te damos gracias, Señor, y te rogamos, oh Dios nuestro”.
Cuando nuestro Señor Jesucristo ascendió al Cielo —como relata el Santo Evangelista Lucas— los discípulos se postraron ante Él y recibieron Su bendición; después, volvieron a Jerusalén “llenos de alegría, y estaban continuamente en el templo bendiciendo a Dios” (Lucas 24, 53). Luego, las alabanzas y loas a Dios venían de la misma bendición que nuestro Señor Jesucristo les dio a Sus discípulos, del enorme regocijo que sentían y que brotaba en forma de loores y bendiciones. Pensemos, por ejemplo, en las palabras de San Isaac el Sirio, quien dice que “la oración es un gozo que exalta la alegría”. Cuando te sientes lleno de felicidad, elevas tu gratitud y tus alabanzas a Dios. Es, sencillamente, una necesidad del hombre.
(Traducido de: Duhovnici români în dialog cu tinerii, Editura Bizantină, București, pp. 89-90)