¿Quién puede entender el dolor del otro?
Ante todo, no debemos intentar consolar —a quien lo necesite— utilizando palabras que no tienen sentido. Una de nuestras feligreses había perdido recientemente a su bebé. Un joven sacerdote se le acercó y le dijo, “¡Si tan sólo Usted supiera cómo entiendo su tristeza!”. Aquella mujer, de una rara verticalidad y espontaneidad, se volvió hacia él y le dijo: “¡No mienta! ¡Usted munca ha sido madre y nunca ha perdido un bebé!”
Padre Sergio: Despedirse para siempre de alguien, es más sencillo cuando ocurre después de una larga enfermedad o una vejez avanzada. Pero si se trata de alguún accidente, cuando quien muere es un joven o un niño, ¿cómo podemos apoyar a los padres para superar esa conmoción?
Metropolitano Antonio: Ante todo, no debemos intentar consolar —a quien lo necesite— utilizando palabras que no tienen sentido. Una de nuestras feligreses había perdido recientemente a su bebé. Un joven sacerdote se le acercó y le dijo, “¡Si tan sólo Usted supiera cómo entiendo su tristeza!”. Aquella mujer, de una rara verticalidad y espontaneidad, se volvió hacia él y le dijo: “¡No mienta! ¡Usted munca ha sido madre y nunca ha perdido un bebé! ¡Es imposible que entienda mi dolor!”. Desarmado, el sacerdote respondió, “No sabe cómo le agradezco lo que me acaba de decir...”.
Que nadie cometa semejante error. El dolor del otro no puede entenderlo nadie. Dios quiere que comprendamos, que asumamos y dominemos nuestro propio dolor. Podría decirse, por ejemplo, “Piensen que este joven ser murió en el florecer de las fuerzas espirituales de su alma, en pureza. Ha partido hacia la eternidad y desde ahora ustedes tienen un mediador, un ángel guardían frente a Dios, quien los protegerá con sus oraciones y a quien pueden dirigirse para dialogar o para vivir la alegría de volverse a ver algún día...”
No es posible dar demasiados ejemplos en este momento, debido a la diversidad de personas y de situaciones (que podríamos enfrentar).
(Traducido de: Mitropolit Antonie de Suroj, Viața, boala, moartea, traducere de Monahia Anastasia Igiroșanu, Editura Sfântul Siluan, Slatina-Nera, 2010, pp. 64-65)