¡Quienes se hallen bajo el yugo del matrimonio, que permanezcan en él!
¿Qué sucede con aquel Sacramento de Dios? ¿Qué queda de todo lo oficiado en nombre de la Santísima Trinidad?
El hombre, sin entenderlo, puede ser víctima de determinadas fuerzas interiores e invisibles; puede atarse a una pantalla, aunque se trate de un engaño. En realidad, no se halla atado a esa pantalla, sino que ésta se convierte en el pretexto para proyectar su ánima (entendida aquí como su propia imagen), que se mantiene en un constante estado de rechazo. Pero no tiene el suficiente valor para verlo. Este es, de hecho, el problema. Si lo pudiera ver, lo conocería, lo entendería, lo analizaría. Pero teme, por motivos desconocidos. No se atreve a ver el ánima, que permanece en un estado de inconsciencia, pero que, cuando aparece la “pantalla” adecuada, se proyecta. En realidad, como dije, el individuo se ve sometido por su propia imagen, que proyecta en esa “pantalla”.
En estas condiciones, dos jóvenes que se gustan y quieren casarse, se sitúan, de hecho, fuera de la realidad. ¿Qué sucede después de que el Sacramento del Matrimonio se ha consumado, cuando se dan cuenta que no se amoldan el uno al otro? ¡No podrán convivir mucho tiempo, proyectando su propia imagen en la “pantalla” ofrecida por el otro! ¡No podrán vivir toda la vida con pseudo-sentimientos! La realidad les terminará forzando a poner lo pies sobre la tierra. Sólo entonces los esposos terminarán descubriendo que son completamente extraños el uno al otro, que no tienen nada en común y que no se entienden. Es entonces cuando recurren al divorcio, argumentando una llamada “incompatibilidad de caracteres”.
¿Qué sucede con aquel Sacramento de Dios? ¿Qué queda de todo lo oficiado en nombre de la Santísima Trinidad? El sacerdote dice: “Corónase el siervo de Dios (X) con la sierva de Dios (Y), en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén” ”. Y esto no es una broma. No es un juego, aunque, actualmente, las personas vean el matrimonio con una dura superficialidad. Quienes se hallen bajo el yugo del matrimonio, que permanezcan en él y que procuren hacer lo que no hicieron antes de casarse. Es decir, que se amen recíprocamente, una y otra vez.
(Arhimandritul Simeon Kraiopoulos, Adolescenţă, feciorie, căsătorie, Editura Bizantină, Bucureşti, 2010, p. 123)