¿Quieres sanar tu alma?
Debemos acercarnos con estremecimiento al inconmensurable sacramento de la purificación espiritual.
Cuando acudimos a confesarnos, entramos en el sanatorio de Cristo. Aquí, Cristo Mismo es el médico, porque solamente Él puede dar y quitar la vida, juzgar y consolar, castigar y perdonar. El sacerdote es solamente un testigo, un delegado de Dios.
Por eso, al presentarnos frente al sacerdote, de forma visible, y ante Cristo Mismo, de forma invisible, debemos acercarnos con estremecimiento al inconmensurable sacramento de la purificación espiritual. El sacerdote escucha la confesión, y Dios la recibe. El sacerdote examina el alma, y Dios la sana. El sacerdote prescribe un medicamento, y Dios realiza el milagro de la restauración espiritual.
(Traducido de: Arhimandritul Serafim Alexiev, Viața duhovnicească a creștinului ortodox, traducere din limba bulgară de Valentin-Petre Lică, Editura Predania, București, 2010, p. 100)