¿Quieres ser humilde, pero rechazas la pedagogía de Dios?
El cristiano que, al orar, le pide a Dios que le conceda ser humilde, pero no es capaz de aceptar a quien Él le envía para ayudarle en esta tarea, no sabe lo que está pidiendo.
La humildad no es algo que pueda comprarse en una tienda, como cualquier otra cosa. Cuando decimos: “¡Dios mío, concédeme ser humilde!”, Él no toma un cucharón y empieza a servirnos: “¡Toma este kilo de humildad...! ¡Y tú, el de allá, toma, aquí tienes tu medio kilo!”, sino que, por ejemplo, permitirá que se nos acerque alguien y se comporte de forma desagradable con nosotros, o le quitará un poco Su Gracia a otro, para que venga y nos insulte. Así es como seremos puestos a prueba, y tendremos que trabajar, si queremos alcanzar la humildad. Sin embargo, solemos ignorar que, para ayudarnos, Dios permite que nuestro hermano actúe mal con nosotros... y termianmos enfadándonos con este. Y aunque le pedimos insistentemente a Dios que nos conceda ser humildes, rechazamos las oportunidades que Él nos ofrece para alcanzar la humildad, rebelándonos en contra Suya. ¡Normalmente tendríamos que agradecerle al hermano que nos ayuda a hacernos humildes, porque es nuestro más grande benefactor! El cristiano que, al orar, le pide a Dios que le conceda ser humilde, pero no es capaz de aceptar a quien Él le envía para ayudarle en esta tarea, no sabe lo que está pidiendo.
(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Patimi și virtuți, Ed. Evanghelismos, București, 2007, p. 179)