Palabras de espiritualidad

¿Realmente es necesario que haya una veladora encendida al morir?

    • Foto: Stefan Cojocariu

      Foto: Stefan Cojocariu

Si fuiste una persona virtuosa y practicaste buenas obras, esa es la luz que te acompañará.

Veamos qué dice el Señor, en el Evangelio, para mostrarnos cuál debe ser nuestra luz: “Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres, explicando después: “para que, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre, que está en los Cielos”.

Pongamos de ejemplo a ese vecino nuestro que no maldice, no roba y no fuma, que vive virtuosamente con su esposa, ayuna en los períodos establecidos por la Iglesia y cada miércoles y viernes, asiste con frecuencia a los oficios litúrgicos, educa a sus hijos en el temor de Dios... ¿no es acaso una luz para todos los demás? “Es verdad, a R. nunca lo hemos visto entrando a una cantina, nunca lo hemos escuchado proferir insultos... Al contrario, siempre lo vemos entrando a la iglesia, vemos cómo sus hijos también son devotos, sabemos que es una persona caritativa, que ayuna cuando hay que ayunar, que se confiesa frecuentemente, que es una luz para quienes le rodean”. ¡Esta es la luz, las virtudes del cristiano!

Ya puedes morir entre un millón de candelas encendidas, que no te servirá de nada. ¿Quién encendió una veladora por cada soldado que caía en el frente de batalla? Insisto: si fuiste una persona virtuosa y practicaste buenas obras, esa es la luz que te acompañará.

La veladora encendida al morir es solamente un símbolo. Si hay una a mano, está bien encenderla. Si no la hay, no pasa nada. Nuestras buenas acciones son las que se van con nosotros, no esa candela junto al lecho.

Por eso, no hay problema si mueres sin una candela encendida. El problema es morir sin haberte confesado y sin haber comulgado.

(Traducido de: Ne vorbește Părintele Cleopa 8, Ediția a III-a, Ediţie îngrijită de Arhimandrit Ioanichie Bălan, Editura Mănăstirea Sihăstria, Vânători-Neamț, 2010, pp. 127-128)