Palabras de espiritualidad

Recibimos la mansedumbre y la humildad, sólo cuando así lo deseamos de todo corazón

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

No hay nada más agradable y bueno frente a Dios, que la mansedumbre y la humildad.

No seas orgulloso y soberbio, para no asemejarte a los demonios; no te enaltezcas con el corazón, para no ser como ellos. Al contrario, sé manso y humilde, y serás enaltecido por el mismo Señor, uniéndote a los ángeles: “Pero en quien fijo realmente mis ojos es en el pobre y en el corazón arrepentido, que se estremece por mi palabra”, dice el Señor (Isaías 66, 2). Especialmente en esto se diferencian los demonios de los ángeles, por esto fue que Dios los expulsó: no fueron humildes y sumisos. Porque no hay nada más sucio ante los ojos de Dios, como frente a los de los hombres, que el envanecimiento y el orgullo, así como no hay nada más agradable y bueno frente a Dios, que la mansedumbre y la humildad.

El que es humilde y manso siempre está en paz; al contrario, el soberbio y el orgulloso siempre están turbados. “Dirige los pasos de los humildes, y muestra a los sencillos el camino.” (Salmo 24, 9), “a los orgullosos el Señor los pierde con los pensamientos de su corazón, mientras que a los humildes los lleva a habitar en la morada de Su gracia”. Acepta la blanda sumisión y te asemejarás a los ángeles. No te envanezcas frente a nadie, ni siquiera por el más pequeño de tus actos, para no alejarte de Dios. No seas soberbio en ningún momento, no sea que caigas. “El orgulloso caerá, desmoronándose...”, dice el profeta. No busques la compañía de los que están más alto, te hace mejor la de los que están más bajo. Luego, mantén el temor de Dios y no caerás en las trampas del cazador.

(Traducido de: Sfântul Dimitrie al Rostovului, Alfabetul duhovnicesc, Editura Sophia, București, 2007, pp. 68-69)

 

Leer otros artículos sobre el tema: