Palabras de espiritualidad

Recomendaciones de un padre espiritual para enfrentar la enfermedad y el sufrimiento

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

La actitud ante el sufrimiento es aquello que distingue a un cristiano verdadero, porque “hay dos cosas que no puede hacer uno que no es cristiano: criar hijos buenos y soportar el sufrimiento con gratitud”.

El padre Teófilo (Teofil) Părăian (1929-2009), recordado confesor del Monasterio Brâncoveanu (Sâmbăta de Sus, Rumanía), ha sido denominado muchas veces como un “hombre de la alegría” y “padre espiritual de los jóvenes”. Aunque era ciego, tenía el don de ver con el espíritu, aconsejando y guiando a quienes lo buscaban, para que pudieran darle un sentido elevado a su vida espiritual.

Amante y conocedor de los escritos de los Padres filocálicos, supo adecuar su propia vida a esas enseñanzas patrísticas, de tal suerte que se hizo luz para muchos cristianos, siendo amado especialmente por los jóvenes, gracias al realismo y el equilibrio de cada una de sus recomendaciones, brotadas de la pureza de su corazón. Así, el padre Teofil solía decir que en su corazón no había salidas, sino solamente entradas, y que “¡quien entre, no saldrá jamás de ahí!”.

Supo sobrellevar su ceguera con alegría y una profunda esperanza en la misericordia de Dios. Sobre la alegría, el padre decía que no es una recomendación cristiana o un piadoso consejo bíblico, sino un mandamiento divino, un deber. Una persona es realmente cristiana, si es “un hombre de la alegría”.

Sus consejos sobre el propósito de las pruebas, el sufrimiento y las enfermedades en nuestra vida, y, especialmente, el ejemplo vivo que hizo de su propia existencia, constituyen un “atavío para el pensamiento”, como le gustaba decir, “pensamientos embellecedores” para “la otra parte de nuestra vida”.

El padre Teofil decía que el sufrimiento es una realidad, un problema y un misterio. “Desde que era joven”, decía, “siempre me pregunté cuál era el propósito del sufrimiento, y nunca encontré una respuesta satisfactoria. Pude constatar, eso sí, que, para todo el mundo, para quienes sufren y para quienes no sufren, el dolor es, al mismo tiempo, una realidad, un problema y un misterio. Una realidad, porque no lo podemos evitar. Y un problema, porque nadie ha logrado resolverlo. Así, el sufrimiento seguirá siendo un misterio[1].

Con todo, el padre no consideraba ni aceptaba el sufrimiento como una fatalidad, sino de manera positiva, con un propósito redentor, agregando que “el sufrimiento es una realidad que tenemos el derecho a evitar, si podemos; un problema que tenemos el derecho a resolver, si tenemos esa posibilidad, pero debemos postrarnos ante el misterio y utilizar el sufrimiento que nos fue dado para nuestro propio crecimiento espiritual” [2].

Las causas de las enfermedades están contenidas en este carácter de misterio. Si, para los pecadores, las enfermedades son consecuencia de sus faltas, en el caso de los justos, una enfermedad representa un examen de fe. La fe cristiana y la Iglesia “no quieren que los hombres sufran. Durante los oficios litúrgicos, pedimos al Señor un final cristiano de nuestra vida, tranquilo, sin dolor ni sonrojo, y una defensa válida ante el temible tribunal de Cristo. La Iglesia desea que los fieles vivan en paz y, en la medida de lo posible, que no sufran” [3].

Con un extraordinario equilibrio espiritual y un admirable discernimiento, el padre Teofil nos exhorta a no buscar y a no pedir el sufrimiento. Y cuando este venga a atribularnos, además del consejo del padre espiritual debemos buscar el auxilio del médico. De hecho, era muy permisivo con algunas técnicas alternativas de la medicina. “Debido a que desconocían las causas microbianas de las enfermedades, nuestros ancestros nunca se refirieron a nada de eso, como lo hace actualmente el hombre moderno, quien sabe que algunas enfermedades tienen su origen en distintos agentes patógenos, virales. Lo único que nuestros antepasados sabían era que el hombre bendecido por Dios no tenía cómo sufrir enfermedades, y si en algún momento se enfermaba, soportaba el sufrimiento como algo permitido por Dios con un determinado propósito, especialmente moral. Así, en la mayoría de casos, la enfermedad era considerada fruto del pecado, sobre todo, sabiendo que la enfermedad vino al mundo después de la salud, porque el hombre tenía una salud perfecta hasta que cayó en pecado, lo cual tuvo como consecuencia la aparición de la enfermedad” [4]. Con semejante estado espiritual, “el sufrimiento puede ser considerado un don, un enriquecimiento” [5].

La actitud ante el sufrimiento es aquello que distingue a un cristiano verdadero, porque “hay dos cosas que no puede hacer uno que no es cristiano: criar hijos buenos y soportar el sufrimiento con gratitud”.

Junto al sufrimiento y la enfermedad física, en el mundo y en el alma humana existen también incontables dolores espirituales, profundas tristezas y mucha infelicidad. La causa general de todo ello es el alejamiento de Dios. “Actualmente, como en cualquier otro tiempo, hay personas infelices porque no siguen la senda de la felicidad, porque no son capaces de observar qué es lo que podría llevarlas a la felicidad, porque no les interesa lo que podría hacerlas felices, porque esperan del mundo lo que este no puede darles. El mundo da lo que tiene, pero Dios nos da cosas más elevadas que lo que los hombres buscan en este mundo. Así, si no buscas la felicidad en el camino de la felicidad, seguramente llegarás al descontento, la agitación, la insatisfacción y la frustración. Y te sentirás acongojado y oprimido” [6].

La forma de librarse del sufrimiento físico y de la turbación moral es volver a Dios. Decía el padre: “Si te acercas a Dios, te libras de la desesperanza” [7].

Acercarte a Dios y vivir en Él significa ascender en la escala de la felicidad, misma que tiene cinco niveles, que te llevan gradualmente a ser teopisto, teódulo, teognosto, teófilo y makarios. Es decir: 1. Creyente en Dios, 2. Servidor de Dios, 3. Conocedor de Dios, 4. Amante de Dios y, en consecuencia, 5. Feliz [8].

Tanto en el sufrimiento físico como en el dolor interior “no estamos solos”. Dios está con nosotros. “Tengamos la certeza de que nuestro ángel guardián nos acompaña siempre, y que la Madre del Señor nos protege en todo momento, en lo bueno y en lo malo. No dudemos que la misericordia del Señor no nos abandonará jamás” [9].

Entonces, nuestro sufrimiento se convierte en “un misterio que nos une con el Señor, Quien nos ama incluso cuando nos deja sufrir y limpia nuestras lágrimas cuando sabe que sufrimos por nuestro bien” [10].

En lo que respecta a la vida eterna, con el mismo amor, la misma esperanza y la misma alegría, el padre Teofil decía: “Yo estoy seguro de que iré al Paraíso. Puede que a alguien esas palabras le parezcan soberbias... Pero es que no creo que será por mis obras que iré al Cielo, sino por la inmensa bondad de Dios. No es posible que Él haya creado el Cielo para mantenerlo vacío. Debemos adecuarnos al Paraíso, debe atraernos ir allí, y después tenemos que esforzarnos en ganárnoslo. Y nos lo ganaremos. Porque Dios es el Dios de la misericordia y la compasión. En los oficios litúrgicos, escuchamos siempre que Dios es bueno y ama a los hombres. Luego, ¿cómo podría dejar de creer que Él es bueno y amoroso, y dudar de que se apiadará de mí y me salvará?”.

[1] Întâmpinări ⁅Encuentros⁆. Interviuri cu Părintele Teofil Părăian, realizate de Sabin Vodă, Editura Sophia, București, 2000, p. 123

[2] Ibídem, p. 125

[3] Ibídem, p. 123

[4] Ibídem, p. 114

[5] Ibídem, p. 126

[6] Ibídem, p. 84

[7] Ibídem, p. 85

[8] Ibídem, p. 82

[9] Ibídem, p. 127

[10] Ibídem