Recomendaciones para cada cristiano
El propósito de la vida es prepararnos para la eternidad. ¡Que esta sea nuestra principal preocupación! ¡Ay de esos a los que su indiferencia y negligencia los lleven a la perdición!
No olvidemos que somos hijos e hijas de la Iglesia Ortodoxa. Y estas no son palabras vacías. No olvidemos el compromiso que estas implican.
La vida terrenal es pasajera: no somos conscientes de la velocidad con la que esta transcurre. Con todo, esta vida temporal determina el destino de nuestra alma para la eternidad. ¡No lo olvidemos nunca!
Por eso, intentemos llevar una vida piadosa. Oremos en la iglesia y en nuestra casa, llenos de fe, confiándonos a la voluntad de Dios. Cumplamos con Sus santos y redentores mandamientos. Fuera de la Iglesia y fuera de la obediencia que le debemos, no existe salvación.
El don de la palabra es uno de los más grandes dones de Dios. Éste ennoblece al hombre y lo alza sobre todas las demás criaturas. Pero este don es muy mal utilizado por la humanidad. Apreciémoslo y acostumbrémonos a utilizarlo como es correcto para un cristiano. No juzguemos y no hablemos en vano. Protejámonos de la maldad de la lengua y del palabrerío, cual si fueran carbones que queman, sin olvidar las palabras de nuestro Señor y Salvador: “Porque por tus palabras serás declarado justo y por tus palabras serás condenado”. No nos entreguemos a la mentira. La Santa Escritura nos advierte, llena de severidad, que “Él pierde a los mentirosos”.
Amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Sin amor, el cristianismo no existe. No olvidemos que el amor cristiano no es egoísta, porque implica entrega y sacrificio. No perdamos la ocasión de demostrar nuestro amor y compasión.
Seamos delicados, puros y humildes en nuestros pensamientos, palabras y acciones. No nos asemejemos a los depravados. No los imitemos y procuremos no relacionarnos con ellos. No forjemos relaciones inútiles con los incrédulos, porque el descreimiento es contagioso. Guardemos la bondad y la afabilidad siempre y en todo lugar. Estemos atentos a no contaminarnos con los disolutos hábitos de este mundo.
Apartemos el miedo, la vanidad y el orgullo. El orgullo fue la razón por la cual el ángel más alto y más fuerte terminó siendo echado del Cielo. Recordemos que “tierra somos y a la tierra hemos de volver”. Seamos completamente humildes.
El propósito de la vida es prepararnos para la eternidad. ¡Que esta sea nuestra principal preocupación! ¡Ay de esos a los que su indiferencia y negligencia los lleven a la perdición!