Palabras de espiritualidad

Recomendaciones para la mujer embarazada

  • Foto: Benedict Both

    Foto: Benedict Both

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El embarazo es un tiempo en el cual debemos fortalecer nuestra vida espiritual, orar diariamente, participar de los Sacramentos y leer las Santas Escrituras.

Sabemos que la vida empieza en el momento de la concepción. Este es el instante en el que el cuerpo y el alma se unen, y en el cual Dios crea un nuevo ser único. A partir de este momento, el ser es alimentado espiritualmente para unirse con Dios. La vida que se presenta ante nosotros es el período en cl cual nos desarrollamos y nos modelamos de acuerdo a Su semejanza. Así, el embarazo es un punto importante en la vida de cada uno de nosotros, no sólo de nuestras madres...

El padre Paisos solía decir:

«La alimentación del niño empieza con la concepción. Si la mamá se mantiene agitada o preocupada, lo mismo sentirá el bebé que lleva en su vientre. Si la mama ora y lleva una vida espiritual, también su hijo se estará santificado. Este es el motivo por el cual la mujer encinta debería repetir la “Oración de Jesús” con más frecuencia, leer las Santas Escrituras y dejar de preocuparse tanto, cuando quienes le rodean le demuestren sus cuidados. Así, el niño que nazca será bendecido y sus padres no tendrán problemas ni cuando sea pequeño ni cuando crezca».

El padre subraya la importancia de este período para la formación de nuestra alma. Es un tiempo en el cual debemos fortalecer nuestra vida espiritual, orar diariamente, participar de los Sacramentos y leer las Santas Escrituras. Igualmente, podemos meditar sobre la pureza de la Madre del Señor y sobre cómo se preparó para el Nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios. Sabemos que fue preparada para esto, al crecer en el Templo y dedicarse a éste desde los tres años. Tuvo una vida tranquila, en la cual Dios era su única preocupación. De esta forma se santificó y se preparó para dar a luz al Dios que es infinito. Por esta razón, el ícono que se halla en el ábside de nuestras iglesias se llama Platytera, es decir, más allá del Cielo. El don de la vida es una tarea espiritual y física. Y es que la vida tiene una natualeza dual: física y espiritual. Somos seres psicosomáticos y no solamente entidades biológicas.

El cuidado que debe procurarse a esta nueva vida va más allá del momento del parto. El padre Paisos dice que: «La madre debería amamantar a su hijo lo más que pueda. La leche materna es el cimiento para la buena salud del pequeño. Junto con esta, el niño recibe también amor, ternura, consuelo y seguridad, aspectos que llevan al desarrollo de un carácter fuerte. En nuestros días, muchas mamás renuncian a amamantar a sus hijos... Entonces ¿ quién podría de ofrecerles ternura y amor? ¿Una lata de leche en polvo? Sus corazoncitos se van volviendo fríos, como esa misma lata de leche...»

En la Iglesia reconocemos oficialmente esta nueva vida, “presentándola” en el templo a los cuarenta días del nacimiento. Esta es una tradición que incluye al mismo Jesús.

El amor mediante el sacrificio de sí mismo, al cual todos estamos llamados para ofrecerlo a los demás, empieza desde el primer momento de la vida. Es importante comenzar la vida del mismo modo en que Dios nos la ofreció. Si alguna vez nos encontramos con un soldado, bien podríamos decirle: “¡Te agradezco por tu servicio!”. Lo mismo deberíamos hacer cuando nos encontramos con una mujer encinta: “¡Te agradezco por el amor y la ternura que ofreces para alimentar un nuevo ser espiritual!”. El rol de la madre, en los primeros días de vida, es uno muy importante. Tal como Dios preparó a la Santísima Virgen, las madres deberían de preparar a sus hijos para una vida que gire en torno a Cristo. Esto no empeza a la edad en la que los hijos pueden juzgar solos, sino junto con la ternura ofrecida en los primeros instantes de vida.

He aquí la oración de la mujer embarazada y del bebé que lleva en su vientre:

«Oh, Rey Santo, Señor Jesucristo, Dios nuestro, manantial de vida e inmortalidad, te agradezco por haberme hecho vasija de Tu bendición y Tu don. Porque Tú, Señor, dijiste: “¡Creced y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla!”.

Te agradezco y te pido: Bendice este fruto de mi cuerpo, que me fuera dado por Ti; protégelo y dale la vida, en Tu Santo Espíritu; ayúdalo a crecer en salud, en pureza y con firmeza en sus miembros. Santifica su cuerpo, su mente, su corazón y todos sus sentidos. Dale un alma juiciosa y siembra en ella el temor a Ti.

Otórgale un ángel fiel, guardián de su alma y cuerpo. Protégelo, cuídalo, fortalécelo y cobíjalo en mi seno hasta que llegue el momento de darle a luz, y haz que nazca bien, porque Tus manos lo crearon, dándole vida y salud.

Oh, Señor Jesucristo, en Tus poderosas y paternales manos encomiendo mi hijo. Manténlo bajo la protección de Tu Gracia y, con el Espíritu Santo, santifícalo y renúevalo en la vida eterna, para que sea parte de Tu Reino Celestial. Amén.

Oh, Piadosísimo Señor Jesucristo, Dios nuestro, a mí, sierva Tuya, líbrame de todos los malos espíritus que buscan la forma de perjudicar la obra de Tus manos. Acompáñame y fortaléceme cuando llegue el momento de dar a luz. A Ti te encomiendo que todo esté bien, con Tu Todopoderoso auxilio, porque esta es la gloria de Tu obra y esta es la fuerza de Tu Omnipotencia, la acción de Tu Gracia y de Tu piadoso corazón. ¡Amén!».