San Cosme de Etolia nos explica lo excelso del don del sacerdocio
“… Lo mismo ocurre con el padre espiritual con el que te confesabas hasta hoy. El perdón que recibías de él no era suyo, sino del Espíritu Santo. Y, ya que ese padre espiritual tiene el don del sacerdocio, el suyo es un don más excelso que el de todos los reyes y ángeles…”
Durante doce años consecutivos, un hombre acudió a confesarse con el mismo padre espiritual. Pero, un día cualquiera, cuando fue a visitarlo nuevamente para pedirle consejo, lo encontró pecando con una mujer. Apesadumbrado, pensó: “¡Ay de mí! Desde hace cuántos años he venido a confesarme con él… ¡no hay duda de que seré condenado! ¡Todos esos pecados de los que él me absolvió, seguramente no me fueron perdonados!”. Y, cerrando la puerta, se dispuso a volver a casa. Sin embargo, en el camino sintió una fuerte sed. No muy lejos, encontró un pequeño manantial de agua cristalina, y pensó: “Si esta agua parece tan cristalina, es que seguramente brota de un lugar limpio y puro”. Y, poniéndose de rodillas, bebió hasta que sació su sed. Después, quiso ver de dónde venía el agua que había bebido, pero, horrorizado, se percató de que el agua salía del hocico de un perro. Con un suspiro, dijo: “¡Ay de mí! ¡Ahora sí que me he contaminado!”. Y prosiguió su camino llorando sin consuelo. Más adelante, un ángel del Señor se le apareció y le dijo:
—¿Por qué cuando bebías de esa agua, no te pareció contaminada, sino hasta que viste que brotaba del hocico de un animal y sentiste asco? ¿Acaso no toda el agua proviene de Dios, Quien creó los cielos, la tierra y todo lo que hay en ellos? Y aunque el perro fuera un animal sucio, el agua no le pertenece a él. Lo mismo ocurre con el padre espiritual con el que te confesabas hasta hoy. El perdón que recibías de él no era suyo, sino del Espíritu Santo. Y, ya que ese padre espiritual tiene el don del sacerdocio, el suyo es un don más excelso que el de todos los reyes y ángeles. Así las cosas, si cayó en pecado, ¿a ti qué te importa? Él es como el hocico del perro. ¡No te entristezcas! Todos los pecados de los que él te absolvió están, efectivamente, perdonados. ¡Vuelve a buscarlo y pídele que te perdone, porque a él ya lo juzgará Dios!
Y, diciendo esto, el ángel se hizo invisible.
El hombre regresó a la casa de su confesor y le relató todo lo sucedido, también pidiéndole perdón, como le había dicho el ángel. Al escuchar todo, el sacerdote empezó a llorar de arrepentimiento y, decidido a no volver a pecar, enmendó su forma de vida. ¿Qué aprendemos de esto? Que tenemos que condenarnos a nosotros mismos, no a los demás, y así nos salvaremos.
(Traducido de: Constantin V. Triandafillu, Sfântul Cosma Etolianul – Viața și învățăturile, traducere de Ieroschim. Ștefan Nuțescu, Editura Evanghelismos, București, 2010, pp. 180-181)