Hace poco tiempo, una amiga me regaló un ícono de San Efrén. Por simple educación acepté aquel obsequio, pero con la intención de deshacerme de él en cuanto pudiera, porque desde muy joven abandoné toda forma de fe. Por lo pronto, dejé el ícono en la mesa del comedor. Pasaron un par de días. Una de esas noches, ya casi de madrugada, ví, asustada, cómo aparecía una luz roja frente al ícono del Santo. Al principio me aterroricé. Pero después comenzó a inundarme una inmensa alegría. Aquella luz roja se mantuvo encendida toda la noche, como si fuera una candela.

Al día siguiente hablé con mis vecinas y les conté lo sucedido; no todas me creyeron, porque me conocían como persona no religiosa. Aquella luz no volvió a aparecer, pero tampoco me atrevía a acercarme al ícono, por temor. Y pensé que lo mejor era darle el ícono a alguien, para no verlo más. Tenía miedo. Pero una de esas noches soñé al Santo, serio, alto, imponente. Llevaba un largo hábito, que llegaba hasta el suelo. Recuerdo bien sus sandalias bizantinas, muy viejas. Yo, una pecadora, no me atreví a verle el rostro. Entonces, me dijo con voz imponente: “No volverás a ver aquella luz, porque se lo contaste a otros. ¡Recuérdalo! Sin embargo, aunque te deshagas del ícono, seguiré en este lugar.”. Recuerdo que llevaba al cuello un cordón de oración y otro en la mano, que le llegaba hasta los pies. ¡Le agradezco a San Efrén porque gracias a él he vuelto a creer!

Ecaterina Kalogheratu

Neos Kosmos-Atenas

(Traducido de: Vedenii şi minuni ale Sfântului Mare Mucenic Efrem cel Nou, facătorul de minuni, vol. I-II, Sfânta Mitropolie a Atticei, Sfânta Mănăstire Bunavestire a Născătoarei de Dumnezeu, Muntele Neprihăniţilor - Attica, traducere din neogreacă de Nicuşor Deci, pp. 236-237)