Palabras de espiritualidad

San Elías y un soldado que solía blasfemar

    • Foto: Magda Buftea

      Foto: Magda Buftea

Debes pedirles a los demás que se arrepientan y dejen de maldecir la cosas santas. Háblales de esto también a los demás en la ciudad. A todos. También los diarios tendrían que publicarlo...”.

Hablando con el hermano Teoctisto, proveninte de Epiro (Grecia), el 20 de julio de 1972, me preguntó si había oído hablar del milagro ocurrido quince años atrás en Ioannina, teniendo como protagonista a un soldado que servía como vigía en una reserva militar. Le dije que no y le pedí que me lo relatara, para poder escribirlo y así glorificar al profeta Elías.

Un soldado se mantenía en guardia, custodiando la entrada de un cuartel. A la medianoche, de improviso, escuchó los pasos de alguien que se acercaba. El soldado creyó que se trataba de algún oficial que, tal como se acostumbra, venía a supervisarle. Así, gritó: “¡Deténgase!”. Pero nadie le respondió... y los pasos seguían avanzando hacia él. Por segunda vez, gritó: “¡Deténgase! ¿Quíén anda ahí?”. Nada. Se descolgó el fusil del hombro y, viendo que nadie le respondía, gritó una vez más: “¡Deténgase o disparo!”.

Ni bien había terminado de pronunciar esas palabras, cuando alguien le arrebató el arma y la arrojó lejos, a unos cincuenta metros de distancia. Entonces vio que ante él estaba, no un oficial, como había pensado, sino un sacerdote, envuelto en una luz refulgente como la de un rayo. El soldado se asustó.

El sacerdote le dijo: “No temas, hijo. Pero, dime ¿por qué maldices las cosas santas? A Cristo, a la Madre del Señor y a los santos?”.

Lleno de rubor, el soldado se echó a llorar y le pidió perdón al sacerdote, diciendo: “¡Perdóname, padre santo, lo hago porque soy malo y porque durante años no he hecho sino cosas malas! ¡Perdóname!”.

El santo le respondió: “Debes pedirles a los demás que se arrepientan y dejen de maldecir la cosas santas. Háblales de esto también a los demás en la ciudad. A todos. También los diarios tendrían que publicarlo...”.

Pero... ¡nadie me creerá, oh santo de Dios! Dime ¿quién eres?”.

Soy el profeta Elías. Y para que todos te crean, les dirás que caven debajo de aquellas rocas (y señaló con el dedo el lugar) y encontrarán una antigua iglesia dedicada a mí. Así, les pedirás que construyan una nueva”.

Así lo hizo el soldado. Fue a la ciudad y contó todo lo que había vivido, incluso a los diarios. Muchos le creyeron y cambiaron su forma de vida. Los panaderos y su sindicato, que veneran al profeta Elías como su patrón, vinieron y cavaron en el lugar indicado, descubriendo que efectivamente había una iglesia muy antigua enterrada. Tiempo después, como les fuera ordenado, construyeron una nueva, dedicada, cómo debía ser, al Santo Profeta Elías..

El soldado logró cambiar muchas vidas, y vivió el resto de la suya como un modelo de cristiano.

(Traducido de: Călugărul Lazăr de la Mănăstirea Dionysiou, Muntele Athos)