Palabras de espiritualidad

San Juan el Misericordioso y la virtud de la caridad

    • Foto: Bogdan Zamfirescu

      Foto: Bogdan Zamfirescu

Hubo momentos en los que el Mar Mediterráneo era surcado al mismo tiempo por distintas embarcaciones llenas de oro, dirigiéndose todas a la sede del Patriarca San Juan:

¡Si todos conociéramos la vida de San Juan el Misericordioso, Patriarca de Alejandría, nos llenaríamos de una profunda admiración! Cuando llegó por primera vez a la sede patriarcal, preguntó:

—¿Cuánto oro hay en nuestro patriarcado?

Y le dieron la cantidad exacta.

—¡Repártanlo inmediatamente entre los pobres!

Al escuchar la orden que acababan de recibir, los contadores pusieron el grito en el cielo, creyendo que era la ruina del arzobispado. Pero al poco tiempo recibieron centuplicado todo lo que habían dado a los pobres. Volvían a dar, volvían a recibir. Sin embargo, los contadores no dejaban de lamentarse. Esto viene a confirnarmos que el hombre no observa cuando recibe, sino cuando da. ¡Pero es que todo ese dinero regresaba centuplicado, una y otra vez! Hay unas palabras en la Biblia que jamás me atrevería a poner en duda: “Recibirán el ciento por uno” (Mateo 19, 29). Tenemos que acostumbrarnos a la autoridad de las palabras de la Santa Escritura. Los mismos sacramentos de la Iglesia tienen como fundamento las palabras de la Biblia.

En otra ocasión, vino una señora a hacer una donación. Y San Juan le preguntó:

—¿Cuánto quiere dar, señora?

—Tanto... (y dijo la cantidad).

San Juan esperaba recibir centuplicado lo que él había dado antes, pero cuando esta señora le dijo lo que quería donar, vio que no era así. Entonces, le preguntó:

—¿En verdad es esta la cantidad que usted quería dar?

—¡No! Yo quería dar más, pero, al escribir la cantidad, una mano invisible borró lo que yo había escrito y puso esta otra cifra.

¿Qué había ocurrido? Que los contadores no habían repartido entre los pobres lo que había ordenado San Juan. Habían dado menos. Y era exactametne la misma cantidad que ahora estaba dando la señora. Enfadado, San Juan amonestó a los encargados de la tesorería:

—¡He aquí los que se temían que nuestro patriarcado se iba ir a la ruina!

Y ordenó que siguieran dando lo que recibían, que de todas maneras regresaba centuplicado. Hubo momentos en los que el Mar Mediterráneo era surcado al mismo tiempo por distintas embarcaciones llenas de oro, dirigiéndose todas a la sede del Patriarca San Juan:

¿Qué más se puede agregar como conclusión? Talvez que el mar, los navíos y el oro sirvieron para dar testimonio de aquellas palabras del Evangelio.

(Traducido de: Arhimandritul Arsenie Papacioc, Despre armonia căsniciei, Editura Elena, Constanța, 2013, pp. 11-12)