San Nicolás salva a un hombre de los lobos
En su desesperación, aquel hombre exclamó: “¡Dios mío y San Nicolás, ayúdenme!”.
A mediados de los años 80, un cristiano ruso tuvo la ocasión de visitar una iglesia ortodoxa en la ciudad uzbeka de Taskent. En ese lugar vio a un hombre que, lleno de devoción y reverencia, se postraba y encendía velas ante el ícono del milagroso San Nicolás. Minutos después, ambos iniciaron una interesante conversación y el piadoso feligrés le relató el milagro que aquel santo había obrado en su vida.
Una noche de invierno, al atravesar una solitaria estepa para llegar a un lejano poblado, oyó muy cerca lo que le pareció un aullido. Asustado, aceleró el paso. Sin embargo, en apenas un instante se vio rodeado por una jauría de lobos. En su desesperación, aquel hombre exclamó: “¡Dios mío y San Nicolás, ayúdenme!”. En ese momento el viento comenzó a soplar con una creciente fuerza, hasta formarse una terrible borrasca de nieve que, envolviendo a las fieras en su torbellino, las arrojó lejos de aquel lugar.
Cuando se disipó el temporal, nuestro hombre notó que a su lado permanecía un anciano de gesto sereno. Éste le dijo. “¡Búscame en la iglesia rusa!” y desapareció. Tiempo después, al visitar el templo mencionado, aquel hombre reconocería, con asombro y alegría, en el rostro de San Nicolás, al “abuelito” que le salvó la vida aquella fría noche en una estepa.
(Traducido de: Noi minuni ale Sfântului Nicolae, traducere din limba rusă de Lucia Ciornea, Editura Sofia, Bucureşti, 2004, p. 5)