Palabras de espiritualidad

¡Santifica, Señor, nuestra agua de cada día!

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Las dimensiones cósmicas de esta festividad encajan apofáticamente en cada célula humana, en las que el agua es el medio vital.

Mi abuelo, sacerdote y coronel de vocación, párroco en una aldea por casi cincuenta y cinco años, llamaba a los fieles al río Bistriţa, después de la Liturgia, al mediodía. “A las doce se desgarra el cielo”, decía él, explicando cómo se abre el Paraíso con la Teofanía de Cristo. Luego lanzaba la cruz a las aguas del río, y algunos jóvenes se zambullían, buscándola entre los témpanos de hielo y las olas azules, demostrando el anhelo que los hombres tienen del Cielo y cómo el agua se llena de luz al recibir la Cruz de Cristo.

El universo entero —con el agua santificada al tocar el Cuerpo de Cristo— se vuelve un elegido Cáliz, en el que el Espíritu lleno de amor infinito produce la transformación de nuestro metabolismo celestial, uniéndose con nosotros en misterio, deificándonos. El agua, como materia eucarística, es el vehículo del océano inmortal, del agua de luz de la Gracia Divina, que llena el mundo de amor y lo consagra a la inmortalidad.

Toda el agua que hay bajo el cielo deviene, así, en aghiasma (agua bendita) en la cual el hombre que bebe del seno de Dios recibe la bendición gratífica de no morir, de vivir eternamente junto a su Creador. La humanidad se convierte, por medio de Cristo bautizado, en fuente de agua bendita, de “agua que lleva a la vida eterna”.

También es agua eso que limpia no solamente el cuerpo al lavarlo, sino también el alma, con las lágrimas que brotan de los manantiales de luz hacia el corazón. El llanto que lleva a la inmortalidad es el bendito origen del consuelo eterno, por medio del agua que se vuelve fuente en los ojos y lava nuestro pasado con el sufrimiento.

Las dimensiones cósmicas de esta festividad encajan apofáticamente en cada célula humana, en las que el agua es el medio vital, en tanto que el agua santa realiza la transferencia de este mundo al cielo, y la materialización del hombre. Cuerpo y alma —la humanidad santificada al ser rociada con la Gracia Divina—, se guardan para la boda en misterio en la Morada luminosa del Novio.

Otra idea digna de ser considerada, es la necesidad de una higiene teológica del agua. Esta, brotando de las entrañas de la tierra tan pura, de tal forma que lava cualquier cosa en el mundo, debe ser apreciada con celo y con rubor por el hombre que ha sido purificado previamente por el agua bendita del Bautismo. En un mundo en el que cada minuto muere de sed un niño, llorando por vivir, deberíamos honrar de mejor manera el agua que nos da vida. Las primeras señales de una crisis mundial del agua son ya visibles. La voracidad del hombre ha terminado enturbiando la mansa agua de Dios, y ahora suspira por un poco de agua limpia. El mayor problema de la humanidad actual es la falta de agua para beber. Así pues, aprendamos a apreciar las gotas de vida que Dios nos envía desde el seno del cielo y de la tierra (...). También demos de beber a quienes tienen sed. Porque Dios prometió Su Reino a quien ofrezca un poco de agua fresca al forastero, como una metáfora del amor que da de beber, que refresca, que mana alegría, que purifica.

(Traducido de: Pr. Dr. Ioan Valentin Istrati, Lumina răstignită – Cuvinte pentru cei ce plâng, Editura Pars Pro Toto, Iaşi, 2014, pp. 213-215)

 

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