Seguir siendo cristianos en nuestro puesto de trabajo
Después de nuestras oraciones de la noche, podemos decir: “¡Señor Jesucristo, Tú, que diste la vida por la salvación de todos, perdona, bendice, protege, sana y salva a Tu siervo (nombre) y ten piedad de mí, pecador (nombre)!”.
Nuestro acceso a un empleo o a cualquier otra responsabilidad de la sociedad civil es algo que está lejos de suceder sin el concurso de Dios. Al contrario, es una expresión de Su voluntad. Él es el Patrono, Él es Quien nos contrata y nos pone en determinada función, con el propósito de trabajar para Él y con Él. No importa cuál sea la naturaleza de nuestro trabajo, desde él podemos hacer que el amor de Cristo brille más, dando un ejemplo del verdadero comportamiento evangélico, demostrando que podemos dejar atrás los pecados, que podemos perdonar y traer reconciliación ahí donde hay división. Especialmente, desde ese lugar podemos orar por todos aquellos con los que se nos concedió trabajar (y muchas veces tenemos que confesar los errores que cometemos en nuestro puesto de trabajo). Insisto, al trabajar no importa tanto cuál sea nuestra profesión: manager, secretaria, operador telefónico, director de Recursos Humanos, conserje, mensajero, director general… Lo verdaderamente importante es hacer de nuestro puesto de trabajo un lugar de apoyo en contra del sufrimiento que viene del pecado y de la inhumanidad bajo todas sus formas, desde la instrumentalización hasta la reducción del hombre a un simple objeto. Si estamos en ese puesto de trabajo, es para trabajar con Cristo en la humanización de nuestros semejantes. Luego, podemos convertirnos en auténticos managers cristianos.
Permanecer enraizados
¿Cómo seguir “enraizados” en el amor de Cristo a lo largo del día? ¿Cómo conservar ese estado incluso al llegar a casa, después de un día cargado con toda clase de críticas, discusiones interminables, controversias, decisiones urgentes, conflictos…? ¿Cómo no llevarte contigo esas preocupaciones, cómo dejar de pensar en ellas al cenar o al irte a dormir? Si hemos pasado el día velando en el amor de Cristo, todo será más fácil. Lo que quiero decir es lo siguiente: si pasamos el día sin olvidar orar por todos, sin el temor de recibir críticas o humillaciones —¡e incluso recibiéndolas con alegría, porque nos ayudan a ser humildes!—, nos resultará fácil confiar todas nuestras preocupaciones a Dios, en nuestras oraciones de la noche. No nos vayamos a dormir guardando rencor a alguien, ya sea algún colega o alguno de nuestros superiores.
Oremos por nuestros compañeros de trabajo
Por ejemplo, después de nuestras oraciones de la noche, podemos decir: “¡Señor Jesucristo, Tú, que diste la vida por la salvación de todos, perdona, bendice, protege, sana y salva a Tu siervo (nombre) y ten piedad de mí, pecador (nombre)!”.
No nos permitamos separarnos del amor de Jesús: no juzguemos, no maldigamos —“¡En vez de maldecir, bendecid!”, dice el Santo Apóstol Pablo—, no nos venguemos, no envidiemos a nadie, permanezcamos impasibles ante las críticas y también ante los elogios.
Lo cotidiano como un sacrificio espiritual
De hecho, podemos considerar la vida diaria como un ejercicio continuo. Estos son los aspectos prácticos de la vida según el Evangelio. La paternidad de Dios se manifiesta en estas cosas, cada día y a cada hora, ofreciéndonos distintas oportunidades de “entrenarnos” en el amor de Cristo, Su Hijo, ante todo, cuando no juzgamos a los demás, cuando somos capaces de perdonar y cuando nos hacemos humildes. Es probable que cada día podamos ejercitarnos en el amor a nuestros enemigos, el amor a quienes nos aman y a los que todavía no sabemos amar. Aceptemos la posibilidad de asumir un concepto de sacrificio y de esfuerzo en la existencia y partamos a nuestro trabajo, cada día, con la alegría de ponernos en acción, con tal de alcanzar el amor y la humildad de Jesús. Y, de noche, transformemos todas las preocupaciones con que volvemos a casa en una ferviente oración; hagamos de cada preocupación el contenido de una plegaria de gratitud o de petición de la intervención divina. La oración de gratitud, especialmente, es la puerta de la paz: “¡Gloria a Ti, Señor Jesucristo, gloria a Ti! ¡Por lo que conozco y por lo que no conozco, gloria a Ti!”.