Sembremos la buena semilla en el alma de nuestros hijos
“El hijo sabio es la alegría de su padre” (Proverbios 10, 5)
Si los niños son educados en la buena conducta, difícilmente cambiarán cuando crezcan. Porque el alma del niño es como un lienzo blanco y puro que, si lo pintamos de algún color, queda éste tan bien teñido, que cada vez que queramos pintarlo de nuevo se seguirá observando el primer color. Así son los niños. Cuando se acostumbran al bien, les cuesta cambiar. El Apóstol Pablo utiliza un proverbio del poeta Menandro: “Las malas compañías corrompen las buenas costumbres” (I Corintios 15, 33). Que no nos asombre que algunos se vuelvan ladrones, adúlteros o blasfemos. Los niños que desde pequeños son privados de una educación cristiana, se acostumbran a vivir en el mal, y a la primera ocasión se apartan del camino correcto.
Por eso, el Apóstol aconseja: “Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor, porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, tal es el primer mandamiento que lleva consigo una promesa: Para que seas feliz y se prolongue tu vida sobre la tierra. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino formadlos más bien mediante la instrucción y la corrección según el Señor.” (Efesios 6, 1-4). Y el sabio Salomón dice: “El hijo sabio es la alegría de su padre” (Proverbios 10, 5). Y “Quien escatima la vara, odia a su hijo, quien le tiene amor, le castiga” (con severidad, pero también con benignidad) (Proverbios 13, 25).
(Traducido de: Sfântul Ioan Gură de Aur – Problemele vieţii, Editura Egumeniţa, pp. 124 - 125)