¡Señor, apiádate de mí y perdóname!
En la medida en que nos esforcemos y seamos pacientes, sirviendo al Señor, en esa misma medida se purificarán también nuestra mente y nuestros pensamientos.
No decaigas por causa de los pensamientos que vienen a tu mente.
Al contrario, cuando te brote algún pensamiento perverso, llama al Señor con tus lágrimas, diciendo: “¡Señor, apiádate de mí, un pecador! ¡Y perdóname, Tú, que tanto amas a la humanidad!”.
¡Aleja de nosotros al astuto, Señor! Dios conoce los corazones y los pensamientos que provienen de los malos hábitos. Pero también conoce los pensamientos que provienen de la maldad de los demonios. Por eso, en la medida en que nos esforcemos y seamos pacientes, sirviendo al Señor, en esa misma medida se purificarán también nuestra mente y nuestros pensamientos.
(Traducido de: Despre rugăciune și trezvie în învățăturile Sfinților Părinți, Editura Egumenița, Galați, p. 148)