¡Señor, atiende mi súplica!
“¡Señor, Tú que todo lo sabes, ayúdame para que la oración que te presento se realice según Tu santa voluntad! ¡Señor, que se haga Tu voluntad en mi vida!”.
Con la oración puedes obtener de Dios cualquier cosa que le pidas; lo importante es que esas oraciones sean dignas de Dios. Por eso, cada oración debe ser elevada con el corazón puro, perseverancia y humildad. Nuestro Mismo Señor Jesucristo nos lo promete, al decir: “Todo lo que pidáis en oración, con fe, se os dará”. Y, otra vez: “Pedid y se os dará”.
Aquel que ora con todo el corazón, profundizando en cada palaba de sus plegarias, además de obtener lo que ha pedido, recibe también una paz interior que nada en el mundo podría arrebatarle, esa paz prometida por nuestro Señor Jesucristo, al decir: “La paz os dejo, Mi paz os doy; no como el mundo la da, os la doy Yo” (Juan 14, 27). Y sentimos una gran seguridad, esa certeza de no estar solos en el mundo y que el Dios de nuestros padres está a nuestro lado, protegiéndonos y cuidándonos en esta vida terrenal.
Hay veces en las que Dios no nos concede inmediatamente lo que le pedimos. Es el caso de Santa Mónica, la madre del Beato Agustín, quien durante dieciocho años le estuvo pidiendo a Dios que su hijo volviera a Él. Esa perseverencia agradó mucho a Dios y Él atendió su súplica, haciendo que Agustín volviera a la fe, pero no de cualquier manera, sino provisto de las bellezas de la gracia, que adornaban ya su santa vida.
Y, porque no sabemos si todas nuestras súplicas a Dios son de provecho, siempre es bueno terminar nuestras oraciones con estas palabras: “¡Señor, Tú que todo lo sabes, ayúdame para que la oración que te presento se realice según Tu santa voluntad! ¡Señor, que se haga Tu voluntad en mi vida!”.
(Traducido de: Ne vorbește Părintele Sofian Boghiu, Editura Vânători, Mănăstirea Sihăstria, 2004, p. 41)