¡Señor, ayúdame a no equivocarme!
Lo fundamental es que “la ofensa sea nuestra honra; la carencia, nuestra abundancia; el perjuicio, ganancia, y los extraños, nuestros parientes más cercanos”. Si alcanzamos ese nivel, habremos llegado a la apatheia y seremos felices.
Me impresionó mucho el hecho que un antiguo detenido político, antes de empezar su discurso en una reunión festiva, dijo en voz alta: “¡Señor, ayúdame a no equivocarme!”. Nosotros mismos nos equivocamos, se equivocan también los demás; esto, en lo que nos concierne a nosotros. Lo fundamental es que “la ofensa sea nuestra honra; la carencia, nuestra abundancia; el perjuicio, ganancia, y los extraños, nuestros parientes más cercanos”. Si alcanzamos ese nivel, habremos llegado a la apatheia y seremos felices.
Un padre de nuestro monasterio me decía: “¡Debes saber que Dios no te dará ninguna recompensa, porque te gusta estar aquí, en el monasterio!”. Y es cierto, me gusta. Pero no estoy aquí para recibir ninguna retribución, si de eso se trata. Muchas personas me buscan, esperando un consejo. ¿Saben qué consejo les doy desde hace algún tiempo? “Amémonos los unos a los otros, para profesar unánimes nuestra fe”. Son unas palabras de la Divina Liturgia. O les digo: “Así es como os reconocerá el mundo como discípulos Míos, si os amáis los unos a los otros”.
Tengo también otras palabras que me gustaría que retuvieran.: “Primero la obligación, después la diversión”. Luego, primero cumplamos con nuestro deber, y después ya podremos regocijarnos. Muchas veces les digo a las personas que tienen un nombre especial: “¡Que tu vida sea como es tu nombre!”. Por ejemplo, si alguien me dice que se llama “Modesto”, le digo: “¡Que tu vida sea como tu nombre!”.
(Traducido de: Arhimandritul Teofil Părăian, Veniți de luați bucurie, Editura Teognost, Cluj-Napoca, 2001, pp. 196-197)