“¡Señor, muéstrame mi corazón!”
Con esa “revelación” se salvó también el publicano. Cuando has llegado a ese punto, el Espíritu Santo te lleva más lejos, frente al amor de Dios.
El principio y la base de nuestra salvacíón radica en el auto-control, la humildad y la humillación, que proceden del conocimiento y el reconocimiento de nuestro estado de pecadores: “Está el ojo del Señor sobre los que le temen, y sobre los que esperan en su amor,” (Salmos 33, 18). “Mi espíritu quebrantado a Dios ofreceré, pues no desdeñas a un corazón contrito. ” (Salmos 50, 18).
Un hombre de Dios le enseñó a un gran pecador a enderezar su camino, repitiendo durante dos semanas seguidas una oración de cuatro palabras: “¡Señor, muéstrame mi corazón!”. Luego de dos semanas, lo encontró llorando amargamente. Había “encontrado” su corazón. Y esa “revelación” es el comienzo de la salvación.
Con esa “revelación” se salvó también el publicano. Cuando has llegado a ese punto, el Espíritu Santo te lleva más lejos, frente al amor de Dios.
(Traducido de: Preot Iosif Trifa, Oglinda inimii omului, Editura Oastea Domnului, Sibiu, 2009, p. 41)