Palabras de espiritualidad

“¡Señor, tengo hambre de Ti!”

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Nos creaste para Ti, y nuestro agitado corazón sin sosiego se mantiene hasta que en Ti encuentra la paz”.

El hambre enraizada en nuestro interior, del Reino de Dios, “que no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo (Romanos 14, 17), nos carcome el alma y no nos deja en paz, ¡ni siquiera en la cúspide de las más grandes realizaciones terrenales! Esta bendita hambre es el hambre de Dios. Agustín de Hipona tiene razón cuando dice, en sus “Confesiones”: “Nos creaste para Ti, y nuestro agitado corazón sin sosiego se mantiene hasta que en Ti encuentra la paz”.

El único Huésped que puede hacer felices nuestras almas es Dios. Y si Dios es nuestra felicidad total y el más grande bien que existe, está claro que lo que se interponga en nuestro camino hacia Él, representa el mal más grande. Y ese mal es el pecado.

(Traducido de: Arhimandritul Serafim Alexiev, Viața duhovnicească a creștinului ortodox, traducere din limba bulgară de Valentin-Petre Lică, Editura Predania, București, 2010, p. 80)

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