Palabras de espiritualidad

Si Dios ama a todos, ¿por qué el demonio no puede salvarse?

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

El demonio conoce la Santa Escritura y la interpreta desde su propia perspectiva; recordemos la forma en que tentó a nuestro Señor en el desierto, valiéndose de pasajes de las Escrituras para fortalecer sus argumentos.

El amor de Dios abarca incluso al mismísimo demonio. Pero esto no significa que también se plantee el problema de su salvación. Dios ama a todos. El problema no es que yo me salve si Dios me ama. El problema es si estoy dispuesto a someterme a la terapia que necesito para poder llegar a un estado de iluminación tal, que, cuando pueda ver a Dios, vea Su gloria como Luz, no como un fuego eterno y la oscuridad más profunda.

El pensamiento occidental difiere de esto. Decir que Cristo ama incluso al demonio es algo que ni en sus sueños más bellos podría aceptar Agustín; es una doctrina totalmente opuesta a su forma de pensar. Desde luego, no se trata de un amor que lleve a la salvación, porque no encuentra una respuesta positiva y libre por parte del otro. Los Santos Padres conocían muy bien, por experiencia, la energía de los demonios. Habiéndose liberado de toda pasión y llenos de un específico refinamiento espiritual, los Padres eran capaces de ver ángeles y demonios. Eso sí, en ningún caso se permitían especular con estas cosas. Por eso, cuando leemos que los Padres hablan de visiones (θεωρία), lo hacen con gran precisión, sabiendo exactamente lo que tienen que decir sobre teología, los dogmas y también sobre los ardides del demonio... Ciertamente, por experiencia, aquellos que se han deificado conocen las artimañas y las energías de los demonios. Escribe el Santo Apóstol Pablo: “pues conocemos bien sus argucias” (II Corintios 2, 11). Quien se haga experto en la lucha contra el demonio, sabrá muy bien cómo actúa este.

El demonio conoció a Dios antes de la caída y todavía puede ver Su gloria; no obstante, porque le imposible sanar, su naturaleza permanece oscurecida y ve la gloria de Dios como un fuego que arde; por eso es que también los iconógrafos lo pintan de negro, oscurecido. El demonio es, de hecho, el “teólogo apofático” más grande, porque ve la gloria de Dios como oscuridad y también como fuego. El demonio conoce la Santa Escritura y la interpreta desde su propia perspectiva; recordemos la forma en que tentó a nuestro Señor en el desierto, valiéndose de pasajes de las Escrituras para fortalecer sus argumentos.

Para los Santos Padres, “iluminación” no es que alguien haya estudiado superficialmente el Antiguo y el Nuevo Testamento. También el demonio conoce así, desde fuera, el Antiguo y el Nuevo Testamento, no solamente los cristianos. Por esta razón, puede elaborar todas las interpretaciones de la Biblia que se le apetezcan. Por decirlo de alguna manera, se convierte en el “catequista” de quienes acepten esas tergiversaciones. Me atrevería a afirmar que, probablemente, el mejor catequista y el más grande catecúmeno que existía en esas épocas —cuando la catequesis era solamente intelectual, sin implicar la purificación del corazón— era el mismísimo demonio.

(Traducido de: IPS Ierótheos Vlachos, Mitropolitul Nafpaktosului, Dogmatica empirică după învățăturile prin viu grai ale Părintelui Ioannis Romanidis, Volumul II, Editura Doxologia, Iași, 2017, pp. 89-90)