Palabras de espiritualidad

Sí, hay personas verdaderamente libres

  • Foto: Valentina Birgaoanu

    Foto: Valentina Birgaoanu

Cuando encontramos un hombre verdaderamente humilde, sentimos la libertad en la que vive. Es que ha conocido la hondura de su corazón y, anclando en ese corazón su ser entero, es capaz de amar a sus semejantes, de escuchar su dolor y sufrir con ellos.

La humildad de Cristo, inefablemente dulce y mansa, libra al corazón del peso de sus apegos enfermizos. No hay un don más grande para el hombre que la libertad de buscar a su Creador y Salvador, de sentir su corazón vivo y sediento de Dios. Cuando encontramos un hombre verdaderamente humilde, sentimos la libertad en la que vive. Es que ha conocido la hondura de su corazón y, anclando en ese corazón su ser entero, es capaz de amar a sus semejantes, de escuchar su dolor y sufrir con ellos. Una persona así ha alcanzado la universalidad de Cristo, aquí, en la tierra, y se ha hecho partícipe de la nueva creación, de la comunión con todos los santos.

Tres son las cosas que necesitamos, si queremos presentarnos ante Dios con todos los santos: un corazón libre de todo apego, la “misericordia de la compasión” (Colosenses 3, 12) hacia todos los demás, incluso nuestros enemigos, y una profundísima humildad. Una forma así de humildad nos da fuerzas para amar a Dios, tanto cuando nos bendice como cuando nos reprende, tal como lo hicieran aquellos tres jóvenes en el horno con fuego de Babilonia, quienes enfrentaron a Nabucodonosor: “Si nuestro Dios, a quien servimos, quiere librarnos, nos librará del horno y de tus manos. Si no lo hace, tienes que saber que de todas maneras no serviremos a tus dioses ni adoraremos tu estatua” (Daniel 3, 17-18).

(Traducido de: Arhimandritul Zaharia Zaharou, Adu-ţi aminte de dragostea cea dintâi (Apocalipsa 2, 4-5) – Cele trei perioade ale vieţii duhovniceşti în teologia Părintelui Sofronie, Editura Doxologia, Iaşi, 2015, pp. 395-396)

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