Si no amamos a nuestro semejante...
La causa de la incredulidad es el amor a la gloria del mundo, como nos lo enseña el mismo Señor en el Santo Evangelio: “¿Cómo podéis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que viene del único Dios?”
¿Qué pueden hacer aquellos a quienes les perturba e intranquiliza —aún en contra de su voluntad— la falta de amor y la maldad, la envida y el odio, o la falta de fe?
En primer lugar, debemos conocer cuál es la causa de estas pasiones, en contra de las cuales habremos de utilizar el medicamento adecuado. La causa de la incredulidad es el amor a la gloria del mundo, como nos lo enseña el mismo Señor en el Santo Evangelio: “¿Cómo podéis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que viene del único Dios?” (Juan 5, 44). Por su parte, la envidia, la maldad y el odio provienen del orgullo y de la falta de amor al prójimo. Para sanar estas pasiones se necesita, en primer lugar, reconocer tus propias debilidades, con humildad y sinceridad, ante Dios y ante el confesor. Después, es necesario perseverar en cumplir con lo que dice el Evangelio y dejar de actuar bajo la influencia de dichas pasiones, volviéndote su adversario. El tercer remedio es buscar la gloria de Dios en todo. El cuarto, pedirle humildemente Su auxilio, sin titubear, sino confiando en que lo que es imposible para los hombres, para Dios es posible. El quinto remedio es acusarse a uno mismo, es decir, culparte a ti mismo de cualquier tristeza o enfado que surja en tu camino, y no a los demás, reconociendo que no has sabido proceder debidamente y que con esto únicamente has provocado disgusto y pesar, de los cuales te has hecho digno, con la anuencia de Dios, por tu dejadez y vanidad, por tus pecados viejos y nuevos.
(Traducido de: Sfântul Ambrozie de la Optina, Filocalia de la Optina, Editura Egumeniţa, Galaţi, 2009, p. 81)