Si tienes santidad, es que eres humilde
La humildad verdadera y sincera, proveniente de la experiencia, es el atuendo de la divinidad. Aquel que se revista con la humildad verdadera, se estará revistiendo también con Dios.
Sin la humildad, ninguna de nuestras acciones es “fragante”. ¡Es como la comida, que no tiene el mismo sabor si no le pones sal! Si no les pones humildad, ninguna de tus obras, pequeñas o grandes, tendrán la Gracia. No tendrán ni buen gusto, ni belleza, ni aroma, porque les faltará ese ingrediente indispensable para sanar. El orgullo es el veneno que mata todo y hace que los ingredientes necesarios parezcan inútiles. Todos conocemos, por ejemplo, las grandes obras realizadas por algunos individuos, pero que, por carecer de humildad, resultaron demostrándose inútiles. ¡Dios mismo las rechaza!
La humildad verdadera y sincera, proveniente de la experiencia, es el atuendo de la divinidad. Aquel que se revista con la humildad verdadera, se estará revistiendo también con Dios.
Si tienes humildad, tendrás también santidad. Si tienes santidad, es que eres humilde. El Señor nos demostró una humildad infinita, un amor inconmensurable y una obediencia sin límites. ¡Estas virtudes son indispensables para la salvación del hombre!
(Traducido de. Avva Efrem Filotheitul, Sfaturi duhovniceşti, traducere de Părintele Victor Manolache, Editura Egumeniţa, Alexandria, 2012, p. 29)