Palabras de espiritualidad

Siempre hay un resquicio para el bien en el alma de cada persona

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

No hay hombre íntegramente justo, íntegramente virtuoso, íntegramente libre de pecado. Por otro lado, no hay pecador que no haya obrado alguna vez el bien, por ínfimo que pudiera parecer.

Dios tiene distintas clases de medicamentos para nuestra salvación. A cada uno de nosotros le da lo que necesita, porque cada uno tiene que ser sanado: “¿Quién puede decir: ‘Tengo el corazón puro, estoy limpio de pecado?’” (Proverbios 20, 9).

No hay hombre sin pecado. Y si me dices que conoces a alguien que es justo, caritativo y generoso, te creeré. Pero no es posible que esa persona no peque. En algún momento se habrá dejado dominar por la vanidad, o por las lamentaciones, o por cualquier otra cosa semejante. Alguno puede ser piadoso, pero aún así estar lleno de pecados. Y puede que haya otro que no tenga tantas faltas, pero que no sea caritativo. Uno tiene ciertas virtudes, y otro, unas diferentes. El fariseo ayunaba, oraba, no era injusto, respetaba la ley… pero era orgulloso. Por eso fue que el Señor lo condenó, porque el orgullo le hacía un daño mayor que el que le podrían haber causado todos los demás pecados juntos.

No hay hombre íntegramente justo, íntegramente virtuoso, íntegramente libre de pecado. Por otro lado, no hay pecador que no haya obrado alguna vez el bien, por ínfimo que pudiera parecer. Por ejemplo, puede que haya alguien que se caracterice por su codicia y su tendencia a aprovecharse de los demás. Sin embargo, es posible que algunas veces demuestre una auténtica bondad, ayudando a otros y arrepintiéndose de sus faltas.

(Traducido de: Sfântul Ioan Gură de Aur, Problemele vieții, Editura Egumenița, p.17)