Sin el corazón, nuestro esfuerzo es en vano
Pongamos, pues, al servicio del Señor toda nuestra fortuna espiritual: nuestra mente, nuestro entendimiento, nuestra conciencia y, sobre todo, nuestro corazón.
Un corazón ardiendo para el Señor es aún hoy el sacrificio más agradable a Dios. Un corazón encendido para el Señor sigue siendo el sacrificio que se eleva al cielo y ata al hombre a Dios. Démonos cuenta que todo nuestro caudal le pertenece a Él, tanto el de este mundo como el de nuestra alma. Pongamos, pues, al servicio del Señor toda nuestra fortuna espiritual: nuestra mente, nuestro entendimiento, nuestra conciencia y, sobre todo, nuestro corazón.
Del rebaño de sus ovejas, Abel eligió, como sacrificio, el carnero más robusto. Del rebaño de nuestras riquezas espirituales, elijamos también nosotros “el carnero más robusto”, es decir, nuestro corazón y ofrezcámoselo al Señor. Sin este corazón, nuestro sacrificio no es nada.
(Traducido de: Preot Iosif Trifa, Citiri și tâlcuiri din Biblie, Editura Oastea Domnului, Sibiu, 2010, p. 85)