Sin humildad no se puede hablar de salvación
El alma humilde está llena de amor y no busca preeminencias, sino que desea el bien para todos y se contenta con cualquier cosa.
El orgullo no permite que el alma se adentre en el camino de la fe. Al hombre sin fe le aconsejo que repita: “Señor, si existes, ilumíname y te serviré con todo el corazón y toda el alma”. Y por este pensamiento humilde y esta disposición de servirle, el Señor sin duda lo iluminará. Pero que no diga: “Si existes, castígame”, porque, si viene el castigo, es posible que no tenga la capacidad de agradecerle a Dios y presentarle su arrepentimiento.
Cuando tu alma se ilumina, empieza a sentir al Señor. Percibe que Él la ha perdonado y la ama, y sabes esto a partir de la experiencia misma de sentirlo. Sucede entonces que la Gracia del Señor da testimonio en tu alma de tu salvación, de manera que puedes proclamar al mundo entero: “¡Cuánto nos ama el Señor!”. Cuando desconocía al Señor, el Apóstol Pablo se dedicó a perseguirlo; pero, después de conocerlo, recorrió el mundo entero divulgando el mensaje de Cristo.
Si el Señor no nos diera a conocer, por medio del Espíritu Santo, cuán grande es Su amor por nosotros, el hombre, por sí mismo, no sería capaz de saberlo, porque es imposible para la mente terrenal entender —desde el mero razonamiento— qué clase de amor tiene el Señor por los hombres. Pero, atención: para salvarte, primero tienes que hacerte humilde, porque el hombre orgulloso, aunque fuera forzado a entrar al Paraíso, no sería capaz de hallar descanso en aquel lugar. Y, lleno de descontento, diría: “¿Por qué no estoy en el primer lugar?”. Pero el alma humilde está llena de amor y no busca preeminencias, sino que desea el bien para todos y se contenta con cualquier cosa.
(Traducido de: Sfântul Cuvios Siluan Athonitul, Între iadul deznădejdii și iadul smereniei, Editura Deisis, Sibiu, 2001, p. 86)