Sobre el desarrollo histórico del Sacramento de la Santa Unción
La lectura, siete veces, de los textos de las cartas apostólicas, los pasajes evangélicos, las oraciones y la unción que se hace también siete veces —en general, la presencia constante del número siete— proviene del hecho que, antiguamente, el rito se realizaba durante siete Liturgias, oficiadas durante siete días consecutivos, en siete iglesias diferentes.
Los Apóstoles enviados por nuestro Señor Jesucristo sanaron a los enfermos, y este servicio fue continuado en la Iglesia primigenia, como lo demuestra el texto de la Carta de Santiago (5, 13-16). Del mismo modo en que la Iglesia ha procurado el cuidado de las viudas y los huérfanos, y ha ayudado desde siempre a los más necesitados, también se preocupa por sus miembros enfermos. Sin embargo, es poca la información con la que contamos sobre la forma en que este servicio era realizado en la Iglesia primaria. No nos queda más que contentarnos con ciertas menciones ocasionales y con los pocos textos litúrgicos que han llegado hasta nuestros días.
En la Iglesia post-apostólica, el testimonio más antiguo que se conserva sobre el ólo de sanación se encuentra en la Tradición Apostólica, obra de Hipólito, obispo de Roma, una disposición eclesiástica temporal, de principios del siglo III. Aquí, el aceite para los enfermos es bendecido en la Liturgia eucarística, inmediatamente después de la santificación del pan y el vino. El mejor ejemplo de oración para la santificación del aceite proviene de una colección de oraciones del siglo IV, conocida con el nombre de Eucologio de Serapio, teniendo como autor a un obispo egipcio. La colección comprende tres oraciones de bendición del aceite, y entre ellas consta la oración para el aceite de sanación. De igual forma, este texto incluye una oración especial “para poner las manos sobre los enfermos”, tal como lo encontramos en las disposiciones actuales para la Liturgia, específicamente, al finalizar esta.
Junto a estas fuentes y otras semejantes, tenemos muy poca información sobre el modo en que dicho ritual era llevado a cabo. Teniendo su inicio como en las demás tradiciones —como la unción realizada en casa—, creemos que, al principio, para la celebración de este rito los sacerdotes se reunían en la casa del enfermo, como vemos en la Carta de Santiago, pero no hay ningún testimonio que nos hable de una ceremonia formal para ungir a los enfermos. San Cirilo de Alejandría se refería a este sacramento cuando exhortaba a seguir las palabras del Apóstol Santiago: “Si estás enfermo en alguna parte de tu cuerpo… recuerda lo que dice la Escritura, que fue inspirada por Dios, la cual dice: ‘¿Hay alguno enfermo? Que llame a los sacerdotes de la Iglesia, que oren por él y lo unjan con aceite en el nombre del Señor’”. A partir de esta exhortación vemos que los fieles no eran instados a ir a la iglesia, sino a llamar a los sacerdotes a sus hogares. En algunos cánones vemos que los sacerdotes y los obispos tenían la obligación de visitar a quienes padecían de alguna enfermedad.
Con todo, parece que a finales del primer milenio cristiano, junto al aspecto privado, la unción con aceite adquiere un carácter eclesial, unida a la celebración de la Eucaristía, como aparecerá mucho más desarrollada en los siglos posteriores. Así, a semejanza de los otros sacramentos, el de la Santa Unción se desarrolla sobre la estructura de la Divina Liturgia, siendo unido a esta en su realización. El ritual de la unción con el aceite es introducido así en el culto divino público, siendo incorporado a la celebración de la Santa Eucaristía, desarrollándose este ritual y enriqueciéndose con todos los elementos que hoy vemos en su ceremonia. Hemos visto que el aceite de sanación era bendecido después de la transformación de los dones en la Divina Liturgia. A partir de los más antiguos textos bizantinos podemos observar que el rito de la unción era parte de la Liturgia Eucarística, y la unción propiamente dicha tenía lugar después de la Comunión.
El oficio del Sacramento de la Santa Unción se vuelve independiente de la Divina Liturgia comenzando con los siglos XIII y XIV, porque la Unción tenía que ser celebrada aun afuera de este contexto litúrgico, pensando en los enfermos que no podían desplazarse a la iglesia para asistir a la Liturgia. La lectura, siete veces, de los textos de las cartas apostólicas, los pasajes evangélicos, las oraciones y la unción que se hace también siete veces —en general, la presencia constante del número siete— se impone también en este período y proviene del hecho que, antiguamente, el rito se realizaba durante siete Liturgias, oficiadas durante siete días consecutivos, en siete iglesias diferentes.
Un documento del siglo XIII indica que, a finalizar la ceremonia, los sacerdotes tenían que colocar las manos sobre el enfermo. Esto no es algo nuevo, porque la doble finalidad, potencial y terapéutica, de la imposición de las manos, tiene un fundamento bíblico. A comienzos del siglo XIV, la imposición de las manos fue sustituida por la colocación del Santo Evangelio abierto sobre la cabeza del enfermo, acompañada de una oración penitencial.
Si comparamos el ritual en su forma actual completa, establecida en los siglos XV–XVI, con sus fórmulas más antiguas, constataremos que es posible encontrar en él la mayoría de sus elementos, aunque en otro orden y en otra medida, teniendo hoy en día un desarrollo con una versión mucho más amplia. Así, aunque tenemos pocos testimonios sobre el modo en que este servicio era realizado en la Iglesia primaria, siguen siendo suficientes para demostrar su desarrollo a través de los siglos, y la creación de lo que hoy llamamos Sacramento de la Santa Unción, por el cual somos sanados física y espiritualmente por parte de Cristo, Quien es el Médico de nuestros cuerpos y almas.
(Traducido de: Jean Claude Larchet, Viața sacramentală, traducere de Marinela Bojin, Editura Basilica, București, 2015, pp. 405-412)