Sobre el llamado al sacerdocio
Los obispos, los sacerdotes y los diáconos no solamente han sido ordenados parar oficiar los Sacramentos, sino que también son médicos espirituales que ayudan a los fieles a purificarse, a santificarse y a avanzar en su comunión con Dios.
Los obispos, los sacerdotes y los diáconos no solamente han sido ordenados parar oficiar los Sacramentos, sino que también son médicos espirituales que ayudan a los fieles a purificarse, a santificarse y a avanzar en su comunión con Dios. San Simeón el Nuevo Teólogo decía que puede confiársele oficiar la Divina Liturgia solamante a aquel que lo haga con “la conciencia de un corazón puro, honrando a la Purísima, Santísima e Inmaculada Trinidad”, y sólo si ha visto a Cristo, si ha recibido al Espíritu Santo y si “por Ambos” ha sido “conducido al Padre”.
Luego, para entrar al sacerdocio debes ser llamado por Dios. Y ese llamado no es un sentimiento abstracto de querer servir al pueblo de Dios, sino la certeza de que has sido transformado interiormente y que, en virtud de tal transformación, eres capaz de pastorear a los fieles. Esta labor pastoral consiste, principalmente, en sanar las iniquidades de los fieles. Si el pastor espiritual no sana a sus ovejas, no podrá llegar a Dios, no podrá verlo, y aunque creyera que lo está viendo, no se tratará de una luz que lo iluminará interiormente, sino un fuego devastador. San Teognosto dice que el que es ordenado sacerdote siguiendo aquel llamado, entra “en la gracia celestial de los divinos sacerdotes”, mientras que para el que no siente ese llamado “superior” —porque aún no ha sanado sus propias debilidades— “la misión sacerdotal le resulta muy difícil de cumplir, por ser indigno de ella e incapaz de ejecutarla”.
(Traducido de: Mitropolit Hierotheos Vlachos, Psihoterapia ortodoxă: știința sfinților părinți, traducere de Irina Luminița Niculescu, Editura Învierea, Arhiepiscopia Timișoarei, 1998, pp. 89-90)