Sobre el origen y las implicaciones del término “cristiano”
El antiquísimo testimonio de Tácito, al cual nos hemos referido antes, nos convence de que Cristo y los cristianos representan una realidad que no admite discusión.
El nombre de “cristiano” tiene su origen en Antioquía. Aparece por primera vez en los Hechos de los Apóstoles y en la I Carta de San Pedro (4, 16). En el Nuevo Testamento, a los cristianos se les suele llamar “cristianos”, “elegidos”, “santos”. En las fuentes hebreas, se les conoce como “galileos”, “nazarenos”, etc. Parece que el nombre de “cristiano” lo usaron antes, irónicamente, los idólatras, porque así distinguían a los discípulos de Cristo, es decir, los “cristianos”
Tácito, el historiador, lo recuerda como nombre común en Roma en el año 64 a. C. En consecuencia, era conocido mucho antes. Parece que, después de la Resurrección de Cristo, cuando los discípulos comenzaron su actividad misionera, apareció el nombre de “cristiano”. Claro está, los idólatras no se imaginaron que esa denominación peyorativa (Hechos 11, 26) se convertiría en un referente en la historia del mundo, y que llegaría a ser la más respetable que hay, desde luego, cuando es utilizada por los fieles de forma auténtica y con resultados teándricos. De lo contrario, lo que causa es adversión y temibles reacciones.
Los descreídos y los idólatras jamás pensaron que este nombre constituiría uno de los documentos históricos más importantes sobre la existencia de Cristo, en conformidad con los textos de los Evangelios. Si todo lo que describen los evangelistas no fuera cierto, no se habría sabido de cristianos en Roma y en otras partes del mundo conocido de entonces. Y solamente el antiquísimo testimonio de Tácito, al cual nos hemos referido antes, nos convence de que Cristo y los cristianos representan una realidad que no admite discusión.
(Traducido de: Arhimandritul Timotei Kilifis, Hristos, Mântuitorul nostru, Editura Egumeniţa, 2007, pp. 138-139)