Palabras de espiritualidad

Oración para invocar la misericordia de Dios en tiempos de epidemia y muerte súbita (1)

    • Foto: Adrian Sarbu

      Foto: Adrian Sarbu

Hemos dejado de confiar los unos en los otros, sospechando que cada uno es portador del signo y la herida de la muerte...”

«Soberano y Señor, Dios nuestro, manantial inagotable de misericordias, insondable abismo de amor a la humanidad, profundidad inescrutable de paciencia y bondad, Quien, por Tu gran amor, corriges y reprendes a los hombres por su bien, para que nuestra intemperancia y nuestra inclinación al pecado, al ser refrenadas por el temor a Ti, no arremetan contra la imagen divina ni agravien la inefable naturaleza de nuestra alma, detén, te lo pedimos, esta arma aguda e inesperada de la muerta sobrevenida a nosotros, y no nos castigues más que a todos los demás pueblos ni nos entregues a los enemigos que nos tientan por medio de la mente y los sentidos. Las ciudades han quedado vacías, las plazas están desoladas. Las fiestas patronales, los oficios litúrgicos y la belleza de los cánticos divinos han callado en muchas partes; grandes y hermosas casas han caído derruídas, como dice la Escritura, y no hay quien viva en ellas. El temor y la confusión nos han desbordado, y la oscura sombra de esta muerte atroz nos ha cubierto a todos. Nosotros, los que aún vivimos y nos podemos ver, hemos dejado de creer que estamos vivos, por miedo a este terrible castigo. Hemos dejado de confiar los unos en los otros, sospechando que cada uno es portador del signo y la herida de la muerte, y, antes de que nos venga la muerte, morimos por el pavor que nos produce la muerte misma.

Esta es la retribución por nuestras maldades; este es el fin que merecemos por nuestros actos impuros y perversos; estos son los infectos frutos de nuestro desenfreno, de todas nuestras injusticias y de faltar a nuestros juramentos. Esta serpiente con tres cabezas, clavándonos sus dientes venenosos, nos ha traído corrupción y agonía, como dice la Escritura: por eso es que la ira de Dios viene a Sus hijos desobedientes. No podemos ni siquiera elevar los ojos de la mente ni orar en paz para obtener Tu piedad, porque cada uno siente el peso de sus pensamientos cual si fueran cadenas de hierro. Sin embargo, te pedimos que Tú no nos abandones y que por Tu Santísimo Nombre no destruyas Tu creación, para que no seamos privados del tiempo que necesitamos para arrepentirnos y enmendarnos, nosotros, los pecadores.

Sabemos que es por amor a nosotros que has permitido que la muerte se nos acerque, porque, mitiéndote un sinfín de veces cuando te prometemos arrepentirnos, nosotros mismos nos hemos condenado a ser cortados como una higuera estéril. Empero, te pedimos que te sigas mostrando paciente con nosotros, porque sabemos que no quieres la muerte del pecador, sino que se arrepienta y tenga vida; Tú, Quien nos ordenaste perdonar setenta veces siete los pecados de nuestros hermanos; Tú, Quien de piedras duras e infértiles puedes sacar hijos de Abraham, porque solamente Tú puedes hacer todo lo que el hombre no puede hacer, oh Señor, amante de la humanidad. Para que también entre nosotros y de generación en generación Tu Santísimo Nombre sea exaltado, Padre. Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén».