La amistad es una de las virtudes elegidas del hombre. Los elementos que la componen parecen ser tres: el amor, la semejanza de la estructura interior y la unidad de esperanza.

El primero es la dimensión ontológica de la amistad, el segundo es la dimensión psicológica y el tercero, la dimensión histórica. La amistad puede ganarse, pero la mayoría de veces nace sin nuestra voluntad y conocimiento.

Sin embargo, en la base de la amistad queda el amor; sin éste no podríamos llegar a conocer la verdadera amistad. Las amistades suelen estar relacionadas a diversos intereses y, algunas veces, a la estima y la simpatía. Estas últimas nacen del aprecio que se siente por alguien, debido a sus logros excepcionales, intelectuales o estéticos.

El amor transforma todo: tiene el don de las fuerzas que no se pueden ver. Ya desde el amor la relación entre las personas es amistad. Por esta vez, el vínculo ya no es periférico, sino esencial, total, abriendo nuevos horizontes. El amigo se convierte en un hermano de cruz, es decir, es uno contigo mismo, un cúmulo de nuevas fuerzas. Sólo entonces la persona puede deleitarse de la camaradería del otro y gozar de la vida compartida.

Con el amor, la amistad aleja lo desagradable y el miedo. La unidad de destino y de naturaleza le da al hombre nuevas fuerzas. Amando al hombre que hay en tu hermano, significa que tienes cerca a Dios, significa que andas los caminos de la eternidad. La amistad es el nuevo orden en el mundo renacido de Jesús.

(Traducido de: Ernest Bernea, Îndemn la simplitate, Editura Anastasia, 1995, pp. 98-99)