Sobre la entrega y el sacrificio en la labor del médico y el sacerdote
Cuando hablamos de enfrentar un suceso trágico, simplemente tenemos que decirnos: “Ya habrá tiempo para pensar en mí mismo. Solamente cuando ya no le sea útil a esta persona, me ocuparé en analizar detalladamente qué es lo que siento”.
Padre Sergei Hackel: Quiero terminar haciendo una pregunta, en otro orden de ideas. Un hombre se halla en agonía y, por motivos obvios, se siente aterrorizado. Puede suceder que también el sacerdote sienta algo de temor, especialmente si es joven y no ha vivido antes una experiencia semejante. ¿Cómo, entonces, tiene que comportarse, cómo controlarse, en dónde puede encontrar un soporte? Al final, también él tiembla, sabiendo que el tiempo apremia, que el momento es terriblemente grave, tanto en la vida del moribundo, como en su propia vida de sacerdote.
Metropolitano Antonio: Creo que a lo largo de nuestra vida tenemos que mantener una cierta norma, que consiste en que el único tiempo del que disponemos es el momento presente. No tienes que basarte en el hecho de que todavía podrás hacer algo en el instante siguiente. Con experiencia o sin ella, el sacerdote tiene que saber que en ese momento se encuentra en la eternidad, en donde el tiempo no corre como en la tierra, y que, entonces, sin tomar en cuenta ese devenir del tiempo, debe hacer todo lo que es necesario. Podemos pronunciar una sola palabra y salvar a esa persona, o podemos componer un discurso entero que la deje completamente indiferente. Me has puesto una serie de preguntas en relación con el sacerdote y su necesidad de controlarse, de dominar sus sentimientos. Pero si se pone a examinarse a sí mismo, no tendrá tiempo para ocuparse de su prójimo. Esta es la razón por la cual, cuando hablamos de enfrentar un suceso trágico, simplemente tenemos que decirnos: “Ya habrá tiempo para pensar en mí mismo. Solamente cuando ya no le sea útil a esta persona, me ocuparé en analizar detalladamente qué es lo que siento”.
Pondré un ejemplo de otra materia.
Cuando un cirujano opera a un enfermo o a un herido, no tiene tiempo para pensar en sí mismo. Tiene que olvidarse de sí mismo y abandonarse completamente a su labor. Olvidarte de ti mismo, incluso en las condiciones de un bombardeo, significa decirte: “Si me matan o no, eso no me incumbe. En este momento debo ayudar a esta persona”. Así es como tenemos que formarnos. Desde luego, no siempre lo conseguiremos. Por eso, cuando sientas ese impulso de pensar en ti mismo, repite: “¡Vete de mí, mal pensamiento! Me impides cumplir con mi deber”. Esto es algo que debe ser aprendido. El joven cirujano se halla en la misma situación.
(Traducido de: Mitropolit Antonie de Suroj, Viața, boala, moartea, traducere de Monahia Anastasia Igiroșanu, Editura Sfântul Siluan, Slatina-Nera, 2010, pp. 69-71)