Sobre la mujer, la humildad y la tentación del poder
“El modo específico de la mujer para manifestar su poder es la ternura, el auxilio, el servicio al prójimo. Todo depende de que su corazón se mantenga conectado a Dios”.
En un mundo marcado por el espíritu de competencia, en el que la emancipación (natural y esperada) de la mujer se produce aceleradamente a todos los niveles, el deseo de tener poder en cualquiera de sus formas es mucho más alcanzable, y, al mismo tiempo, más tentador. Tentador, por el sentimiento en sí mismo de tener control y poder sobre algunas realidades próximas, pero también por las ventajas que representa. Así es como algunas mujeres que poseen esa fuerza mental y emocional, hoy en día tienen la oportunidad y el espacio para evidenciar sus cualidades. Todo esto es algo bienvenido y encomiable, porque es un poder que viene de nuestro Buen Dios. Sin embargo, lo esencial es saber dosificarlo, y también la forma en la cual la mujer lo exterioriza en la sociedad: “El modo específico de la mujer para manifestar su poder es la ternura, el auxilio, el servicio al prójimo. Todo depende de que su corazón se mantenga conectado a Dios” (madre Siluana Vlad)
El problema puede aparecer cuando el mismo poder saca a la mujer de ese estado específico, cuando la determina y le quita algo de humanidad, cuando obtener y mantener el poder se convierten en propósitos en sí mismos y se realizan por medios incorrectos o arbitrarios. En otras palabras, tener poder por parte de la mujer puede ser algo malo, cuando el mismo poder le modela el carácter de una forma tal, que, tanto en el trabajo como en casa, ella mantiene la misma posición autoritara y se vuelve cada vez más inflexible, severa, descontenta y perfeccionista. No es el tono elevado de voz, las riñas o un golpe dado sobre la mesa lo que convierte a la mujer en un ser poderoso; al contrario, esa clase de comportamiento aleja el don del Espíritu Santo y trae consigo mucho sufrimiento, tanto para ella como para su familia, sus colegas y sus amigos.
El anhelo de la mujer moderna de tener siempre el control no solo le provoca cansancio, sino que también le roba su feminidad y le genera un estrés permanente, una extraordinaria presión interior. Y es que el deseo de controlar y dominar las realidades que nos rodean es, en el fondo, una forma de falta de fe, una forma de orgullo y de negación de los valores de los demás. Está más que claro que solamente una mujer sin fe deseará tener el control absoluto sobre las realidades que la rodean, en tanto que una mujer creyente tiene la convicción de que Dios está presente silenciosamente en toda su existencia y la de quienes le rodean, para guiar cada uno de sus pasos e inspirarlos en todo lo que hagan.
Junto a esta forma de “tentación” (del poder autoritario), que puede afectar especialmente a la mujer que posee las cualidades necesarias para tener poder —y por eso llega a alcazarlo—, a menudo me encuentro con su lado opuesto. Estoy hablando de lo que experimentan las mujeres que no se hallan (todavía) en un puesto de mando, que no tienen poder, pero que lo desean fuertemente y envenenan su existencia con este deseo irrealizado que las paraliza y paraliza sus pensamientos, sus actitudes y sus acciones. Y esto sucede, probablemente, porque no tienen las cualidades necesarias para ello, o porque todavía no les ha llegado el momento para algo así.
La solución contra el deseo exagerado y obsesivo de tener el control es, desde luego, la humildad. Esta virtud —entendida como la sincera convicción de que todo lo que eres y tienes es el resultado de tu colaboración con Dios, y que todo en la vida terrenal es pasajero y variable— es necesaria, también cuando estás en un sitio de privilegio sobre los demás, cuando conduces y tienes éxito, pero tambén cuando te hallas en la base de la pirámide, cuando los éxitos tardan en aparecer, por más que te esfuerces. En este sentido, la humildad representa la aceptación de tus propias debilidades y ponerlas ante los pies de Dios. Si clamas al Padre Celestial: “¡Señor, yo no puedo sola! ¡Te ruego que me ayudes!”, el Espíritu Santo descenderá a tu corazón y derramará sobre ti la paz que tanto necesitas. ¡No olvides, querida mujer, que, solamente recibiendo a Cristo, el Esposo, en tu humilde corazón, te harás verdaderamente poderosa! ¡Ofrécele tu debilidad y Él vendrá a ti y te dará poder del poder divino!
(Traducido de: Părintele Vasile Ioana, Cartea familiei, Editura Bookzone, București, 2021, pp. 172-174)